Me he cansado ya, al menos de momento, del lenguaje engolado con que se suelen abordar los temas económicos, y quiero analizar hoy la situación actual con una parábola.
¿En qué situación económica nos encontramos en realidad?
Pues imaginad que diez o doce comensales postín se reúnen en una casa de campo. Ya está puesta la mesa y todo el mundo ha olvidado que se trata de un evento informal y luce sus mejores galas.
En ese momento, el anfitrión viene con una enorme paellera y la coloca sobre la mesa, ante las felicitaciones y aplausos de la concurrencia. Anuncia que acto seguido regresará con el vino y se va directo a la bodega.
De pronto, las miradas comienzan a ir de la paellera a la cara de los vecinos, y de la cara de los vecinos a la paellera: una enorme mosca aún mueve lentamente sus patas en el centro de la paella. Es una mosca enorme, o quizás un abejorro, y parece dispuesta a discutir una cabeza de langosta al primero que quiera hacerse con ella. Antes de que haya regresado el anfitrión todo el mundo ha visto la mosca, pero nadie habla de ella.
¿Qué se debe hacer en semejante situación? Los manuales de etiqueta y protocolo, señalan dos opciones: la buena, y la óptima.
La buena sería no inmutarse. La mosca es invisible, la mosca no existe. La mosca jamás ha llegado a la paella, y señalarla sería echar a perder la comida de tgodos, convirtiendo en culpable del fracaso de la reunión al que se atreviese a señalarla.
La óptima es que alguien avezado y con iniciativa pida permiso para servirse en primer lugar, porque no puede tener delante de él una paella tan buena sin probarla, y que se sirva la mosca a su propio plato, para hacerla desaparecer a la primera ocasión.
¿Y a qué viene esto? Pues a que así, exactamente, estamos con la deuda pública. España ha alcanzado el 100% de su PIB (teórico) y otros países andan también ya por cifras astronómicas. Mientras nadie mencione la imposibilidad de pagar esa deuda, todo irá bien. En cuanto alguien señale que esa deuda es impagable, todo se irá al carajo. Pero el caso es que, mientras tanto, nos anuncian la recuperación y todos sonreímos.
Falta saber si aparecerá el valiente que se eche el problema a los hombros para, de un plumazo, hacerla desaparecer.
Pero no creo…
¿en cristiano?