A estas alturas ya debería estar meridianamente claro que hay mucha gente que nunca logrará deshacerse de su piso por el mismo valor en que lo compró. Dentro de esa casuística, tenemos dos variantes principales, como bien apuntan en los comentarios:
-Los que compraron una vivienda para vivir en ella, sin intención de venderla, y..
-Los que la compraron con la idea de venderla en un futuro y obtener unas plusvalías, o si no una ganancia, al menos una reserva de capital.
El caso es que dentro de los primeros hay también todo un amplio abanico de circunstancias, y por eso nos afecta a todos loa bajada de los pisos: cuando se compra una vivienda, aunque sea con la intención exclusiva de habitarla, y sin pensar en otras posibles utilidades, puede suceder que uno se entienda mal con su pareja y acabe siendo necesario liquidar el inmueble para poder marcharse cada cual por su lado, o se puede tener un problema con la empresa y verse uno en la obligación de buscar otro trabajo, o puede ser necesario mudarse de ciudad por mil razones diferentes.
En todos esos casos, por mucho que no se pensara en especular, la venta de la vivienda nos obliga a darnos de bruces con la dura realidad de que el alquiler que podamos obtener no pagar las cuotas de la hipoteca, y la venta no cubre la deuda. Osea, nos hemos empobrecido.
El caso es que, sea cual sea el motivo por el que compramos la vivienda, los datos apuntan a que los españoles somos particularmente reacios a asumir la pérdida, y seguimos con la idea de que mientras no vendamos no hemos perdido, y que ya vendrán tiempos mejores, o ya surgirá una ocasión que nos permita enjuagar la diferencia entre lo que pagamos y lo que nos dan ahora por el piso. a idea de que los pisos nunca bajan sigue pesando demasiado sobre la mente colectiva, por mucho que la realidad lleve años demostrando lo contrario. Al fin y al cabo, la realidad es algo que no acaba de interesarnos y que muchos apuntan como un enemigo más al que hay que oponerse para mantener en pie los derechos de los ciudadanos, la libertad y la pureza de sabor de los chicles de menta.
Esto, que puede parecer un dato folclórico, es en realidad una de las variables que esclerotiza en mayor medida nuestro mercado inmobiliario y hace más lento el necesario ajuste entre realidad y precios.
Sabemos que no podemos vender. Sabemos que no podemos divorciarnos. Sabemos que no podemos ir a trabajar a otra ciudad. Sabemos que todo eso nos hace más pobres, más dependientes y más vulnerables. Mantener el precio en el cartel de se vende o en la inmobiliaria es lo único que nos queda para mantener un pedacito de ego.
O quizás de esperanza. No sé.