No es cierto que los políticos siempre mientan. Algunos, como los de la Unión Europea, con eso de que son nombrados a dedo y no dependen de los electores, pueden permitirse decir la verdad y quedarse tan anchos, porque su puesto no está en función de que nos gusten o nos caigan antipáticos.
Eso fue seguramente lo que pensó el socialista francés Michel Rocard, cuando afirmó desde su tribuna en el parlamento europeo que la culpa de la actual crisis financiera la tienen las clases medias y bajas, por su apetencia de capital. ¡Nada menos!
En principio parece una burla, pero luego, si se piensa bien, además de una injuria es un desliz, una indiscreción de quien ha dicho más de lo que debería. O sea: que en el fondo ha dicho la verdad y de una manera que seguramente no gustó a sus compañeros.
Porque el caso es que es cierto, y ahí está lo triste. Es verdad porque el sistema financiero es un mecanismo pensado para que unos pocos obtengan beneficio de los demás a través de artificios aparentemente equilibrados pero casi siempre viciados de alguna carga o tara que da sustancial ventaja a quien los maneja. Por tanto, si el mecanismo pensado para que unos pocos se enriqueciesen a costa de muchos, lo utilizan esos muchos, resulta que el artefacto entero salta en pedazos. Por tanto, el francés tenía razón: el sistema financiero se ha ido a la porra porque todos nos hemos enterado de su funcionamiento y todos hemos querido participar, cuando no estaba pensado para eso.
Y eso es lo que ha habido: que el taxista, el peluquero, el labrador, el dentista y el profesor de latín empezaron a invertir en la bolsa, y a comprar pisos para revenderlos seis meses después con una plusvalía del diez o el veinte por ciento. Ya hablamos de ello el otro día y no voy a repetirme más.
Y entonces, al generalizarse en la calle el interés pro las operaciones financieras, es cuando se ha visto, dolorosamente y en la práctica, que semejante tinglado no estaba preparado para que lo usáramos todos, sino sólo para que unos pocos lo usasen a costa de los demás.
Y vino el batacazo, sobre todo para la banca.
Pero alegrémonos, porque a lo mejor es verdad aquello que dijo en su día Strasser refiriéndose a la quiebra financiera del año veintinueve: que cuando se mueren las pulgas no tiene por que ser mala época para el perro.