Ahora que andamos a vueltas con la posibilidad de aceptar la dación en pago como forma de resolver la hipoteca, me viene a la cabeza otra de las reivindicaciones históricas de ciertos grupos: la renta mínima social.
Dar por saldada una deuda entregando el bien que la garantizaba puede parecer muy bien, igual que puede parecer muy bien que te paguen un sueldo sólo por levantarte de la cama cada día. En ese mismo orden de cosas, estaría también muy bien que se pagase un sueldo a las amas de casa, y que se pagara un sueldo a los que cuidan de los ancianos, y que se pagase un sueldo a las personas que crían los niños y los educan, pues aportan más al futuro de la sociedad que los que ni crían ni educan niños.
Lo que pasa, y es que alguien tiene que decirlo de una santa vez, es que todo lo que unos reciben lo pagan otros, y que para pagar todos esos sueldos y peroles de sopa boba habría que sangrar a los demás.
Sin duda habrá quien piense que sería ideal golpear a ese enemigo social invisible al que llaman “los ricos”, y de ahí sacar la pasta para que todos pudiésemos elegir si trabajar o no, si ahorrar o no , incluso si pensar o no. Pero lo cierto es que ricos hay muy pocos, se acabarían enseguida, y a los cuatro días, o antes, habría que sangrar al segundo escalón, porque los apesebrados del sueldo público no renunciarían a su forraje, y luego al tercer escalón, y luego al cuarto, de modo que tarde o temprano, según en qué escalón estuviésemos, nos tocaría a todos alimentar a la sanguijuela, porque la sanguijuela del que exige sin aportar nada es insaciable.
Para evitar llegar a eso, creo que es mejor cortar por lo sano y empezar, cuanto antes, a hablar claro:
La hipoteca la paga el que la firmó, en las condiciones que la firmó y hasta el último céntimo. Y si no, no haberla firmado. Y el que sea imbécil para dejarse engañar, que vaya al juzgado y se inhabilite, porque si él no quiere depender de su firma, yo no quiero depender de su voto.
El que prestó la pasta a quien no debía, que presente quiebra y se vaya a cascarla al cementerio de los bancos muertos. Si arriesgó más de lo que debía, que no me venga ahora a pedir rescates de dinero público. Jugar está muy bien. Jugar y ganar, mejor aún. Pues jugar y perder, se llama joderse. ¿Lo digo más claro?
Fuera de esto, queda un mundo entero de mandangas, componendas y filosofías muertas de hambre que, en realidad, pretenden desplumar al que produce para dárselo al que se rasca el ombligo. Fuera de esto están buena parte de los subsidios, los rescates, las daciones, las condonaciones de deuda y otros trucos para evitar pagar lo que se debe.
O para hacer que, de un modo u otro, lo paguemos los demás.
Y para eso, conmigo que no cuente.