Al hilo de lo que contaba el otro día el señor Yunque en su peculiar consultorio, se me ha ocurrido investigar las consecuencias del divorcio en la hipoteca y he encontrado unas cuantas cosas que me atrevo a calificar, como poco, de curiosas. La mayoría ya son sabidas, pero hay que repetirlas de cuando en vez.
En primer lugar, hay que decir, claramente, que la hipoteca es un vínculo más fuerte que el matrimonio, pues cuesta más disolverla que presentar una solicitud de divorcio. Cuando una pareja, casa o no, se separa, el mayor problema es que ninguna de las partes puede afrontar a solas el coste que supone la hipoteca.
Actualmente, el problema es doble, porque además de no poder afrontar la hipoteca no hay modo de vender el piso sin incurrir en unas pérdidas bestiales. Hasta hace dos años, el periodo medio de liquidación de una vivienda después de un divorcio era de cinco meses. Esto incluía también los casos en que uno de los cónyuges pagaba al otra su parte y se quedaba con la casa.
Actualmente el periodo medio de liquidación es de catorce meses, y no son pocos los casos, como un 15 %, que después del divorcio siguen compartiendo la vivienda durante al menos medio año.
Como quiera que la legislación española concede mayoritariamente la vivienda ala mujer, esto supone un problema añadido, pues los hombres se niegan a llegar a cualquier acuerdo sabiendo que todo lo que pongan lo perderán de todos modos.
Así las cosas, la solución más habitual, y a veces la única viable, es rebajar el piso hasta un 40 o 50 %, de modo que se pueda vender de una vez y acabar con el Infierno.
Infierno para unos y cielo para otros, porque siempre hay quien encuentra esa ocasión para comprar a un precio que nunca hubiese soñado.
Y a lo mejor no es tan rara la ocasión, porque en 2009 se produjeron en España 89.983 divorcios. O sea que ojo, tanto por un lado, como por el otro.