Y estamos donde estábamos, por aquello de tropezar de nuevo con la misma piedra, porque no espabilamos, o porque si hay algo constante en la historia de la Humanidad es la codicia y el inevitable funcionamiento de los incentivos perversos.
Según un informe del BBVA, al menos el 15% de las hipotecas se conceden ya por encima del 80% del valor de tasación. El propósito de la enmienda duró lo que duró la vigilancia del asunto, o quizás un poco menos. Y eso, sin hablar de las tasaciones, que nuevamente se están hinchando con pretexto tan flojos como la mejora del mercado, la mejora de las expectativas o el esperable alza de los precios. El papel lo aguanta todo, y la desmemoria aún más.
La cuestión está clara, amigos: los tasadores cobran a porcentaje del valor tasado, y de todo lo que aumentan, se llevan una parte. Los clientes quieren que les den un poco más para andar un poco más desahogados hoy aunque eso suponga ahogarse con la letra de la hipoteca en el futuro. Los empleados y directivos de la banca trabajan por incentivos, y cuanto más alto presten y más hipotecas firmen, mayor es el bonus de fin de año, de fin de mes, o de cuando toque.
Hay que firmar nuevas hipotecas porque el Banco Central Europeo está que lo tira, y obliga además, con varios mecanismos, a hacer llegar ese dinero al mercado. Hay que firmarlas aunque la gente ande corta de efectivo y el concepto de demanda solvente se haya relajado más de lo prudente. El caso es tirar para adelante.
¿Quién se queja? Nadie
Las quejas vendrán luego, cuando dentro de unos años volvamos a escuchar a la gente decir que no se leyó no sé qué cláusula sótano, que era tonto del culo y lo engañaron, o que simplemente pasaba por allí y le endilgaron una hipoteca a punta de pistola, lo que hace irrenunciable su derecho a la dación en pago o vete a saber qué prebenda.
Por ejemplo.