Este es uno de los casos en que ser el autor de los artículos puede aprovecharme para aprender algo en lugar de tratar de mostrar a los demás lo que pueda saber. Vaya pues por delante mi declaración de humildad y el ruego de que si hay algún lector mejor informado que yo, me ilustre y nos ilustre a todos.
Desde que se ha desatado el pánico final, tipo Mad Max, del posible pero aún improbable retorno a la peseta, leo por ahí que si regresáramos a la antigua moneda nuestras cuentas se pasarían a pesetas perno nuestras deudas permanecerían en euros. Un comentarista del artículo anterior, con esta base, recomienda incluso utilizar los ahorros que podamos tenerer para amortizar toda la hipoteca que se pueda de cara a cubrirnos de esa eventualidad.
Pues bien: lo he estudiado un poco a fondo y en mi opinión no es así. No es así ni lo ha sido nunca en todos los casos que ya ha habido a lo largo de la historia, que no son pocos ni raros.
Cuando un país cambia de moneda, el cambio afecta a todos los contratos vigentes, tanto a los deudores como a los acreedores. Cuando un país cambia de moneda, los ahorros que estaban en dólares pasan a estar en Percebes (para inventarme una moneda) y las deudas expresadas en dólares pasan a estar expresadas en Percebes. De hecho, la utilidad de la creación de un corralito es precisamente evitar que se produzcan extracciones de efectivo o trasnferencias en una moneda distinta de la que se acaba de hacer oficial.
Por tanto, si regresáramos a la peseta, nuestras cuentas pasarían a expresarse en pesetas, y también las hipotecas, y las deudas pendientes, y las letras de la nevera, y absolutamente todas las transacciones pendientes, de igual modo que se hizo con las hipotecas pendientes de pagarse cuando entró en vigor el Euro, pero a la inversa.
Otro tema, del que hablamos cuando os parezca, es lo que les sucedería a los bancos españoles y sus deudas frente a entidades extranjeras. Eso sí sería un desastre del carajo, pues al devaluarse la nueva moneda y mantenerse sus deudas en la anterior, se crearía una especie de agujero negro casi imposible de cubrir, con lo que el país entero podría entrar en quiebra, y sin poder pagar la cuenta petrolífera, cosa que muy posiblemente llegaremos a ver en Grecia por mucho que aplaudan su suicidio los agitadores de turno. Hay otros efectos, la mayoría derivados de la inestabilidad y de la fuga de capitales, pero no es el momento de comentarlos. Lo peor, sin duda, sería que los precios se elevarían mucho más deprisa que los salarios, como sucedió a finales de los setenta y principios de los ochenta, creando una crisis económica y social aún peor de la que padecemos.
Por lo demás, un cambio de moneda supondría sin duda alguna una devaluación, con el consiguiente aumento de las exportaciones, reducción de las importaciones, empobrecimiento general y transferencia de riqueza de los ahorradores a los deudores.
Precisamente por eso, y no porque sean muy malotes, es por lo que Alemania se opone tajantemente a la depreciación del Euro.