Voy a hablar de riqueza y de sensaciones económicas, aunque muy podría referirme también a pobreza moral, esa condición que estamos adquiriendo poco a poco, sin que podamos echarle la culpa a la crisis. De hecho, voy a empezar por ahí…
Hace apenas una semana, se encontró muerta a una mujer en las Vegas después de que se le agotara el dinero en la cuenta del banco. ¿Y es que se había suicidado pro quedarse sin dinero? No. Lo que sucedía era que llevaba seis o siete años muerta, pero como seguía pagando sus recibos, nadie se había preocupado por ella. Comenzaron a llamarla y a intentar visitarla cuando el dinero se agotó y algunas facturas comenzaron a devolverse. Dicho esto, dicho todo, ¿no os parece?
Pero no obstante, insisto, creo que tengo que hablar de pobreza material.
Estamos ya en plena deflación. La vivienda ha bajado del orden de un 35% y los salarios, aunque no han ido tan abajo, llevan el mismo camino. La gente no sólo no tiene dinero, sino que si preguntas por ahí te dicen que no cree que vaya a tenerlo en algún tiempo. No ha bajado sólo la riqueza, sino también la esperanza…
Esto tiene un doble efecto: no sólo somos más pobres, sino que además nos sentimos más pobres, con lo que la demanda se resiente doblemente. ¿Y qué ocurre con las hipotecas? Pues lo mismo y por ese mismo camino.
A medida que los pisos bajan, en lugar de ser más asequibles se convierten en más difíciles de comprar, pues disminuye el número de compradores potenciales a los que los bancos consideran “clientes cualificados“, que son aquellos a los que se les puede prestar el dinero sin riesgo de que en una prueba de estrés cualquiera se entienda que ese préstamo es dudoso.
Y por el lado de los bancos, el balance gime lo mismo que el bolsillo de los ciudadanos: a medida que lso pisos se devalúan, resulta que el dinero que se prestó se ha ido de la caja y lo que quedó en su lugar, que es un piso como garantía, vale cada vez menos. De ahí la situación famélica de las cuentas bancarias.
Por tanto, la deflación de precios y salarios genera un efecto pobreza para todos: para los ciudadanos, porque los ahorro de toda la vida, a menudo invertidos en un piso, valen cada día menos, y para los bancos, porque las hipotecas que que sirven de soporte a sus préstamos valen también cada día menos.
O sea que nada de pensar en dos bandos: cuando baja el nivel del agua, corren peligro de ncallar todos los barcos. Tanto los grandes como los pequeños. Y primero los grandes…