No sé si es que estamos tontos o es que creemos que todo se arregla frente al mundo por el mismo procedimiento de dejar las cosas para nunca como hacemos aquí.
Hace meses, casi un año, que el Gobierno afirma que es urgente abordar las reformas estructurales necesarias para adaptar nuestro mercado laboral y nuestro modelo productivo a las necesidades de esta crisis. Desde entonces, son millon y pico los españoles que han perdido su trabajo, decenas de miles las pequeñas (y no tan pequeñas) empresas que han cerrado y centenares de miles los españoles desahuciados de sus viviendas o con la soga al cuello, tirando de sus últimos ahorros.
Y las reformas no llegan.
Unas veces se opone la patronal, otras los sindicatos, y otras el lucero del alba, pero el Gobierno, que es quien tiene la responsabilidad de hacer algo, lo que sea, aunque se equivoque, prefiere dejar para más adelante lo que no puede esperar.
¿Se piensan que el mercado de trabajo y el modelo productivo son como la sentencia sobre el Estatuto de Cataluña, que va ya para cuatro años pudriéndose en el Tribunal Constitucional?
Si están en esas, se equivocan: lo que hagamos entre nosotros, y lo mucho que nos burlemos de la independencia de los jueces o de nuestra propia Constitución se la bufa a todo el mundo, mas o menos. Lo que hagamos con nuestros modos de contratación nos afecta a todos, y se mira con lupa desde los despachos de los inversores internacionales, cada día más convencidos de que no se debe invertir un duro en España porque aquí no se decide nada real.
Enfrascados en discusiones y en maniobras electoralistas, nuestros gobernantes han decidido no decidir. Pero las hipotecas no se discuten. Se pagan o no se pagan. Y el trabajo no se discute: se tiene o no se tiene.
Los brindis al sol, para los mitraicos. Los demás, cristianos, ateos, judíos y musulmanes, necesitamos que alguien haga algo y lo haga de una vez.
Lo que sea, pero ya.