Está claro: sobran pisos porque no se venden los que hay, y también, hay que decirlo, porque algunos que estaban siendo ocupados por inmigrantes van quedando vacíos a medida que algunos extranjeros regresan a sus paises ante la mala situación que padecemos. A esto se le llama un movimiento procíclico: en los buenos tiempos hacen falta más viviendas, y en los malos se desocupan las antiguas y quedan sin vender las recién construidas.
Creo que ya he dicho alguna vez que la salvación del sector inmobiliario sólo puede venir por el aumento de la natalidad o el aumento de los divorcios. Bromeo, por supuesto, pero procuro decir algo de verdad también en las bromas: el hecho es que el tamaño de la unidad familiar y su progresiva desintegración ha tenido mucho que ver con el auge inmobiliario y de las hipotecas que hemos “disfrutado” los años anteriores.
Cuando una familia se convierte en dos, por un divorcio, se necesitan dos pisos en vez de uno. Cuando la gente prefiere vivir sola a compartir piso, se necesitan más viviendas. Todo eso es tan obvio como que el sector de la construcción podría reflotarse por el simple método de ayudar a los jóvenes a emanciparse.
Si hubiese verdaderas ayudas para que los jóvenes salieran de casa de sus padres, o se consiguiese de algún modo que en España no viviera la gente con sus padres hasta los treinta años, tendríamos media crisis solucionada.
Pero en un país donde el paro juvenil es el 40 % y el nivel educativo sigues desplomándose sin que nadie sepa dónde puede acabar, es muy difícil que las generaciones más jóvenes entren en el mercado laboral, y si no entran en el mercado laboral, no se emancipan, no demandan la viviendas que deberían demandar, no cotizan ala seguridad social y no tienen hijos que sirvan de reemplazo en el futuro.
¿Os dais cuenta de qué clase de desastre estamos describiendo?
A veces las raíces de una crisis como esta son mucho más profundas que cuatro pufos bancarios y un exceso de alegría a la hora de gastar.