Hablar de los fallos del sistema mixto es casi como hablar de las virtudes de la dictadura. Todo funciona más deprisa y más coordinado, pero sin libertad, oprimiendo a la gente y creando grandes bolsas de arbitrariedad.
El sistema mixto sólo es posible en una sociedad muy cohesionada en la que todos los agentes económicos entiendan que sus fines coinciden. Al convivir dentro del sistema la planificación pública y la propiedad privada, esta coincidencia de fines sólo es posible mediante una presión extrema por parte del Estado, que se siente legitimado para aplastar cualquier resistencia individual.
Los logros económicos del nazismo nunca hubiesen sido posibles sin la amenaza implícita o explícita de una visita de la GESTAPO al que no supiera interpretar correctamente las directrices de la autoridad. El capitalismo se basa en la idea de que si cada uno defiende su interés propio, la suma de todos esos esfuerzos egoístas será el bien común; en el sistema mixto, esta idea, aún presente, se refuerza con el miedo: si haces las cosas bien te irá bien, y te harás rico, pero si haces lo que no debes no sólo puedes quebrar y arruinarte, sino que vendrán a buscarte unos tipos de uniforme (y cuando terminen contigo hasta la Muerte te apartará con la cuchara). O sea que zanahoria y palo combinados, pero en grado extremo. Como ejemplo, cabe destacar que la economía China genera tanta confianza que se nutre de nuestro apoyo tácito, y que los nazis levantaron Alemania a base de vender deuda pública a Francia, Inglaterra, Holanda y Estados Unidos, donde apoyaron de manera entusiasta su política económica, respaldada por una seriedad y una solvencia ejemplares. El dato curioso es que ni la Alemania nazi ni China han dejado JAMÁS de pagar una deuda. Otra curiosidad: la guerra mundial empieza en 1939, pero Alemania sigue pagandos los intereses de sus bonos del Estado a franceses e ingleses hasta bien entrado 1940. Matarnos, sí. Dejar de pagar, no. Seriedad. 🙂
Pero volvemos a lo que decíamos: si la codicia es un impulso poderoso, la combinación de codicia y terror tiene una fuerza formidable. De ahí la eficacia de este tipo de sistema, y lo poco deseable que resulta.
En el caso Chino, os propongo una pregunta para que reflexionemos juntos: ¿Por qué sigue siendo tan barata la mano de obra después del crecimiento y la prosperidad de estos años?, ¿no decimos siempre que cuando la gente empieza a vivir un poco mejor exige mejores condiciones de vida?, ¿por qué no pasa en China?
La clave es su feroz dictadura: pueden producir barato porque nunca avanzarán lo suficiente para que la gente quiera trabajar un poco menos o en mejores condiciones. En esta clase de regímenes, lo que quiera la gente da igual, porque no están pensados para la gente.
En el caso China, una cultura milenaria de sumisión y silencio, ayuda al régimen. En el caso alemán, un pueblo culto, moderno y perfectamente tecnificado, el rencor por lo sufrido, la sensación de superioridad sobre sus vecinos (cabe preguntarse si ha desaparecido del todo hoy en día) y la decidida voluntad de vengarse del mundo entero sirvieron de galvanizantes para un desarrollo y un despegue difíciles de igualar. “Acabaremos con ellos. Los haremos caer, aunque sea envenenados por el polvo de nuestros huesos” dijo una vez un líder nazi en un discurso, y esa idea, presente en el subconsciente colectivo fue suficiente para que una nación entera lo soportara y lo sufriera todo. Esa idea, y el hecho de que eran un país con 240.000 ingenieros, lo que supone una fuerza pensante con un valor añadido difícil de cuantificar y que se mostró de nuevo en todo su vigor en la posguerra.
En cualquier caso, es imposible el sistema mixto en libertad. Genera corrupción, genera arbitrariedad y genera el nacimiento de elites económicas, técnicas y culturales que pisotean impunemente a sus semejantes, convirtiéndolos en simples herramientas desechables. En el sistema mixto, se le da TODO al que vale, y un pico y una pala, como mucho, al que tiene unas capacidades un poco inferiores.
El sistema mixto es una economía de guerra desarrollada en tiempos de paz. Una emergencia permanente. Un vivir provisional.
Para mí, no gracias.