Hemos llegado a un momento, amigos, en el que ir a pedir una hipoteca al banco se puede convertir en un problema no sólo para nosotros, sino también para el banco, que antes se devanaba los sesos buscando el modo de captarnos como clientes.
Con la capitalización de nuestras entidades financieras marcando mínimos, y el mercado interbancario de capitales criando telarañas, algunos bancos se ven en la tesitura de negarse a prestar dinero, pero quedando bien con el cliente, manteniendo su imagen y haciendolo posible para que no corra la voz de que no tienen dinero que prestarte, ya que eso agravaría aún más la precaria situación de algunos.
Porque a veces se da la circunstancia de que quien pide la hipoteca es totalmente solvente, tiene un contrato fijo, treinta y cinco años, altos ingresos, dos avalistas, y una tasación de la vivienda que duplica la cantidad solicitada. Y acepta un seguro de riesgo, otro de vida y ha presentado hasta la foto de la rpimera comunión. Y aún así, el banco tiene que negarse a concederla y tiene que dar una buena razón para que no cunda la alarma. ¿Y qué se dice entonces? Lo que sea. Lo que buenamente se le ocurra al director de la sucursal para salir del aprieto, porque los directores se han convertido en esta crisis en verdaderos talentos de la fantasía épica.
El hecho, a veces, es que cuenten lo que cuenten, el banco sólo puede deshacerse de las viviendas que tenga en cartera, o lo que es lo mismo, endilgarle una deuda ya existente a otro pagano, porque lo que es dinero que salga por la puerta no pueden dar en modo alguno.
Así las cosas, hace un tiempo supe de un director de sucursal que, en su desesperación, le acabó diciendo al cliente: No te puedo dar la hipoteca porque nos hace más falta el dinero a nosotros que a ti.
Dicho eso, dicho todo.