Una de las virtudes de este blog es que se ha mantenido mucho tiempo en lugar de ser uno más de los que se publican una temporada para desaparecer luego, o peor aún para quedar ahí como almas en pena sin actualizar.
Allá por 2009 hablábamos aquí de la hipoteca inversa, y comentaba Mburuvicha, mi compañero de entonces (un saludo si me lees), que la hipoteca inversa era una buena salida para garantizarse las pensiones en un momento en el que la demografía y las finanzas no parecían dejar muy claro lo que íbamos a cobrar cuando llegasemos a viejos.
La hipoteca inversa, en resumen, consiste en convertir la vivienda en dinero o en una renta vitalicia de modo que en el momento del fallecimiento sea el banco el que se la quede. Si los herederos quieren la casa, simplemente devuelven el dinero que se ha gastado y ponen el que falta, y todos contentos. Y si no, la persona mayor que la firma disfruta en sus últimos años del patrimonio acumulado a lo largo de su vida.
El asunto parecía interesante, sobre todo para los que preferían gastarse la casa en vez de dejar el dinero a los sobrinos, y alguna gente firmó esa hipoteca.
¿Y qué ha sucedido ahora? Que los abuelos tienen la pasta, en billetes contantes y sonantes, y el banco tiene un inmueble que se ha depreciado terriblemente desde el momento de la venta hasta ahora. O sea, que los viejos le han metido un gol a la banca justamente con uno de esos productos enrevesados que la banca inventó en los momentos en que áun creían en el mantra aquel de “la vivienda nunca baja”.
La cara negativa del asunto es que a día de hoy no hay modo de encontrar un banco que firme este tipo de hipoteca, con lo que los ancianos que tenían previsto recurrir a esta fórmula para complementar sus pensiones, o los que no cotizaron lo suficiente pensando en esta salida, se han encontrado con que la puerta ya está cerrada.
Malos tiempos para la alquimia financiera…