Siempre lo recordaré: cuando en España padecimos los terribles atentados del 11 de Marzo, los de las bombas en los trenes, los españoles salimos después a la calle para protestar contra aquella salvajada y para exigir el fin del terrorismo. Fue algo hermoso y muy español.
Por aquellas fechas estaba de viaje y recuerdo aún un periódico alemán, que no menciono para no equivocarme, que publicaba su viñeta de humor gráfico sobre esa enorme manifestación de los españoles contra el terrorismo. La viñeta consistía en miles de personas en una calle portando pancartas que decía. No a la gripe. Fuera gripe. Exigimos el fin de la gripe. Y la viñeta se titulaba: los españoles se manbifiestan por el fin de la gripe.
El chiste tiene algo de ofensivo y así me lo pareció, pero tiene tanto de realista que tuve que reconocerlo. A la gripe no se le exige nada. Se cura, se evita su propagación o se contrae. Pero no sirve de nada manifestarse contra la gripe, y lo que aquel periódico de las narices venía a decirnos era que madurásemos de una puñetera vez y dejásemos de vivir en ese mundo infantil donde basta pedir las cosas y patalear un poco para que papá, algún papá, nos dé lo que pedimos.
Pues con las hipotecas empieza a pasar lo mismo. Ayer domingo se convocaron manifestaciones en 41 ciudades españolas pidiendo soluciones para las hipotecas. ¿No os lo creéis? Aquí dejo el enlace, y de Europa Press, nada menos, no de un periódico sensacionalista.
Es comprensible que la gente esté angustiada y es comprensible que busque una salida para su miedo, pero mientras no veamos una manifestación de toda la gente que ganó dinero revendiendo sus viviendas, no puedo comprender por qué tenemos que verla de la gente que firmó lo que no debía, o lo que no podía pagar.
Hay que luchar, entiendo, para que se cambien las condiciones de las hipotecas y para que se eliminen las cláusulas abusivas, pero creer que se puede arreglar un problema como ese por el simple expediente de ponerse tras una pancarta me hace pensar que vivimos en una sociedad que ha perdido el norte, el sentido de la medida, y el penúltimo gramo de vergüenza.
Y es que ya me da igual que ese elija la resignación o la guillotina como método alternativo. Todo es mejor que ese término medio de parvulario irritado.
No me molesta el hecho, que comprendo perfectamente: me molesta la idea que lo hace posible. Qué horror.