Insisto con mi manía de correr tras los conceptos. Cuando las palabras se usan mucho, acabamos por entender que significan lo que unos pocos quieren hacerlas significar, y por ese simple mecanismo se nos sustrae la capacidad de análisis, o lo que es lo mismo, la verdadera libertad. Porque ser libre sin tener ni idea de nada es una falacia.
Endeudarse significa obligarse uno a conseguir en el futuro más ingresos o tener menos gastos. Cuando firmamos una hipoteca, nos comprometemos, por treinta años, a tener unos ingresos y a reducir nuestros gastos. Los que impulsaron a los españoles a hipotecarse se portaban un poco como lo camellos, que lo único que quieren es el rendimiento inmediato sin preocuparse de lo que pasará mañana.
Una hipoteca, por fuerza, es una reducción de la demanda futura, porque una parte del dinero ya está gastado. Una hipoteca es una reducción del empleo futuro, pues al reducirse la demanda se reducen las necesidades de producción. Hipotecar a una parte importante del país, como aquí se hizo, supone, en resumen, que tendrá que haber mucho años de paro, muchos años de flojera económica y muchos años de anemia financiera, porque los recursos destinados a alimentar la economía durante tres décadas se los ha llevado alguien de golpe. Y no precisamente quien iba a poner una fábrica. Y no precisamente quien pensaba invertirlo en España.
Con el déficit público pasa lo mismo. Cuando el Estado tiene déficit, lo que está diciendo es que tarde o temprano subirá los impuesto o rebajará los servicios. Porque el déficit se paga con dinero prestado y el dinero prestado hay que devolverlo.
Eso, que tan simple nos parece, no lo comprendemos realmente en muchas ocasiones, y pensamos que se puede mantener por siempre el endeudamiento,. Por siempre la deuda y por siempre la hipoteca. Pero no.
No es de extrañar que sabiendo lo que sabemos de cuentas acabaran por hacer la Seguridad Social obligatoria. De lo contrario, mucho no cotizarían y de viejos acabaríamos manteniéndolos a escote…