Como decía el otro día, el Gobierno recuperó la deducción por vivienda y lo hizo con carácter retroactivo, también para 2011. A primera vista la cosa suena bien, aunque sólo sea porque el cuerpo nos pide respiros, ayudas y un poco de alegría, después de los palos que han caído y los que seguirán cayendo.
Todavía está por ver si esto ayudará en algo a que los bancos suelten la pasta y dejen de pedir hasta el certificado de vacunación contra las paperas para conceder una hipoteca, aunque mucho me temo que no será así, por mucho que los bancos sean los principales impulsores y beneficiarios de esta medida que, no lo olvidemos, va a costar un montón de pasta a las arcas públicas en uno de sus momentos más famélicos.
La idea subyacente en esta medida, al menos a mi juicio, no es ayudar a los ciudadanos, sino tratar de limpiar los pringosos borrones ladrilleros que adornan en estos momentos los balances de nuestros bancos e intentar de paso reactivar el sector de la construcción, ese sector en el que se basó durante tantos años nuestra economía demostrando su pujanza innovadora y tecnológica.
El Gobierno, con esta medida, parece olvidar que los pisos han dejado de venderse por falta de empleo, de capacidad de consumo y de financiación bancaria, y no porque las condiciones fiscales para su compra fuesen desfavorables. O dicho de otro modo: si no se venden los pisos no es porque no se desgrave, sino porque no hay un duro, las viviendas siguen siendo caras y los bancos no se fían no de su ángel de la guarda. Y además, esta deducción retrasará el ajuste de precios, alargando el problema, pero esa ya es otra historia para otro día…
Lo que más miedo da, o por lo menos me lo da a mí, es que un Gobierno recién elegido tenga tan pocas ideas originales y regrese al viejo tópico del ladrillo incluso a sabiendas del batacazo que nos dimos la última vez que basamos en construcciones e hipotecas nuestra actividad productiva.
Lo que más miedo da, francamente, es que no se les ocurra otra cosa.