Se os van a poner los dientes largos: allá por los años veinte, Henry Ford pagaba a los trabajadores de su fábrica de automóviles el equivalente a lo que actualmente serían ciento cincuenta euros diarios. Al final de mes, un obrero de su fábrica podía llevarse a casa el equivalente a seis mil euros actuales.
Sus competidores se burlaron entonces de él y en vez de combatirlo decidieron esperar tranquilamente a que se arruinase. Aún siguen esperando, bajo las flores.
Lo de Ford no era magia negra ni mucho menos: al ofrecer salarios superiores logró que los mejores especialistas y los trabajadores manuales más cualificados de todo el país compitieran como locos por trabajar para él. Mientras los demás perdían horas de trabajo en huelgas y conflictos, Ford trabajaba todos los días del año a tres turnos y ni siquiera las convulsiones de la ley seca consiguieron detener sus factorías. Además, consiguió meter en la cabeza a la gente que un coche era algo necesario y venderle uno a cada uno de sus empleados, con lo que, por otro camino, recuperó parte de lo gastado. Cuando su procedimiento se popularizó en Estados Unidos, se creó la clase media y esto hizo posible, con otras circunstancias que no es lugar para entrar a describir, el nacimiento de una nueva superpotencia.
La idea, resumiendo, consistía en fomentar el consumo pagando buenos salarios, porque el que gana mucho acaba gastando mucho.
Actualmente, a mi juicio, la idea es la contraria: se trata de conseguir que los demás paguen buenos salarios para que compren tus productos, mientras tú produces en China o en Macao. El capitalismo actual se basa en vender en Occidente a precio de oro lo que se ha producido en Oriente a precio de risa. Ahí es donde está el margen más que en la innovación o en la mejora técnica.
El inconveniente es que sólo se puede vender en Occidente a precio de oro mientras alguien pague salarios de oro en Occidente, y como algunas empresas se marchan, las que quedan ven que si siguen pagando tan buenos salarios como antes no podrán competir con las que se han ido. Y si en Occidente se dejan de cobrar buenos salarios, no valdrá la pena seguir vendiendo en Occidente. El único camino para competir con Chna es hacerse chino. Pero ellos tienen mucha más experiencia que nosotros siendo chinos, así que tampoco.
La cosa está tristemente clara: si tengo una empresa y pretendo vender mucho, desearé que se paguen buenos salarios para que la gente tenga dinero. Por eso algunas grandes corporaciones apoyan a los movimientos sindicales de Occidente mientras ellas se van a toda prisa a producir a otro lado.
Su mecanismo se describe muy fácilmente: la prosperidad está en pagar mucho, pero que lo paguen los demás. Filosofía de piojo, ya veis.
Siguiendo este sistema, podremos comprar barato durante unos años, mientras no se haya estabilizado el bajón, pero luego, o ahora mismo, no tendremos con qué seguir comprando, porque el currante que entraba en nuestra tienda se fue al paro, el ganadero mató las vacas por una subvención, el agricultor arrancó las viñas (también por una subvención, qué curioso) y hasta el dentista se quedó sin clientela.
A esto se le llama hipotecar el futuro, a tipo fijo, y a sabiendas de que no lo vamos a poder pagar. Es una hipoteca vital y lo que se deja en prenda es el sudor y el bienestar de los hijos.
De todos modos no os preocupéis, que no es tan grave: ¿a nosotros qué más nos da lo que pase con la industria productiva si por aquí sólo hay bares y funcionarios?