Diez días, diez, nos quedan para poder aprovecharnos de la desgravación fiscal por compra de vivienda, y a partir de ahí, se quedará en una reminiscencia del pasado que sólo recordaremos por aquellos que ya tenían una hipoteca y que nos hablarán de ella como la panacea del ahorrado.
Sin embargo, la desgravación fiscal ha tenido una gran responsabilidad en el engorde de la burbuja inmobiliaria de los años de atrás. Los constructores y promotores, conocedores de esta desgravación, la repercutían en el precio final de las viviendas, inflándolo ficticiamente.
Luego, los compradores, se dejaban cegar por el refulgir de la desgravación y anteponían la compra a cualquier otra opción, porque si la utilizaban para compensar el exceso de cuota hipotecaria sobre el alquiler acababan por salir ganando, con lo que la balanza se decantó, definitivamente, por la compra, apoyada por la cultura de nuestra sociedad.
Pero, ¿qué sucederá a partir de ahora?
Aunque se mantiene la desgravación para las rentas más bajas, se trata de una figura más testimonial que otra cosa, ya que esas rentas no tienen acceso real a la compra de vivienda. Por tanto, la desgravación fiscal desaparecerá, de facto, a partir del 1 de enero.
Con ello, es de prever que el precio de los pisos se estabilice en los parámetros actuales, ya que parece que la caída se ha detenido, al menos en aquellas viviendas con demanda efectiva, y que el alquiler, ayudado por las subvenciones públicas, comience a cobrar una importancia que nunca ha tenido en nuestras sociedades.
Así, el sector de la construcción debería de ir retomando la importancia que tenía antes de la burbuja inmobiliaria, importante, pero en ningún caso preponderante. Y es que en los últimos diez años, y, particularmente, en los últimos 5-6, la construcción ha sido el verdadero motor económico de nuestra sociedad, provocando un daño irreparable, debido al escaso valor añadido que aporta a la economía general.
En definitiva, aunque visto desde un punto de vista particular la eliminación de la desgravación fiscal puede resultar doloroso, hay que aceptar, que para el conjunto de la sociedad es una medida acertada y que ayudará al cambio de modelo productivo, con el que los políticos se llenan la boca, pero del que nada sabemos todavía.