Ya no hay suficiente tarta para todos, el hartazgo de hace unos años se ha convertido ahora en escasez, cada vez hay menos demanda de hipotecas y cuando se demanda no se cumplen los requisitos que las entidades financieras consideran necesarias para concederlas, con lo que no se producen tantas operaciones como se deberían.
Ante este hecho de falta de clientes, de falta de porciones de tarta para todas las entidades, la única solución plausible es tomar las porciones de la competencia de su mismo plato, es decir, si no puedes captar tus propios clientes robáselos a la competencia.
Y si hay una estratagema, o táctica, que suena más ética y menos maquiavélica, es la de facilitar la subrogación a los clientes. El mayor miedo que tienen las personas hipotecas a la hora de decantarse por una subrogación no radica en el diferencial que van a ganar en la nueva entidad, o en los menores costes que allí van a tener, sino en los costes que genera la operación.
Pues bien, se ha puesto de moda entre algunas entidades, cada vez más, y seguro que el número seguirá creciendo, el hacerse cargo de los gastos que genera la subrogación, como puede ser la notaría, el registro, la gestoría, etc., hasta un límite, que suelen fijar en los 3.000 euros, aunque hay algunas que se atreven con cantidades aún mayores.
De esta forma, el cliente se encuentra con que una entidad bancaria le está ofreciendo unas condiciones hipotecarias más ventajosas, y, a la vez, se hace cargo de los gastos que pueda llegar a generar la operación. Se trata, por tanto, de una operación de coste cero para el cliente.
Y si la intención del cliente no es la de cambiar de entidad por encontrarse a gusto con la que tiene en la actualidad, esta actitud de las entidades financieras otorga un gran poder de negociación a la hora de revisar las condiciones de su hipoteca actual, porque no está la cosa como para andar perdiendo clientes.
De cualquier forma, la lucha legal entre empresas para captar clientes siempre es buena para los clientes, porque se genera una mejora en la eficiencia de los procesos, que lleva, inexorablemente, a una reducción de precios en los productos o servicios ofertados.