Los mercados descuentan desde ya hace tiempo que España acudirá a una especie de rescate light con el que podremos eludir el monstruo de los vencimientos de octubre, cercanios a los veintiocho mil millones de euros.
Lo que a todos nos pide el cuerpo es hacer caso a todas las voces que dice, machaconamente, que los recortes no hacen más que ahondar la recesión, porque la gente que no tiene dinero no puede consumir, y sin consumo no hay trabajo ni salida de la crisis.
Es verdad. Tienen razón. Y como además de ser cierto desde el punto de la ortodoxia económica significa que tienen que aflojarnos la soga del cuello, pues apoyamos esa idea. Sin embargo, me temo que hay algo más, y ese algo más es lo que no nos apetece ver.
Para que aumente el consumo y podamos salir de la recesión hay que ser prudente con los recortes, pero lo cierto es que las cuentas no cuadran. Evitar los recortes significa gastar un poco más. Y para gastar ese poco más hay que pedirlo prestado, porque con lo nuestro no llega. Y pedirlo prestado está muy bien, pero el caso es que hay es donde nos espera la oveja (la madre del cordero) porque podemos pedir prestado todo lo que nos dé la gana, pero el caso es que no nos quieren prestar.
Por eso estamos en la tremenda tesitura de que necesitaríamos subir el gasto para salir de la crisis, pero el gasto supone endeudamiento y nadie nos quiere prestar. Así que la solución es la otra, la que nos joroba, porque la idea de que te vuelves más solvente cuanto más debes (que es la que defienden los guays estos días) no se sostiene por ninguna parte.
Llevado a lo diario, sería como decir que al banco le conviene ampliarnos la hipoteca para que sigamos pagando. Y puede sonar bonito, pero lo cierto es que el banco, puesto ante el dilema de ampliar la hipoteca y poder perder más, o perder ya lo que sea, acaba decidiendo cerrar las pérdidas a fecha actual sin correr más riesgos.
Porque esa es nuestra tragedia: nadie se cree ya que en el futuro podamos pagar mejor de lo que podemos pagar ahora, seguramente porque analizan nuestras costumbres y nuestras exigencias y no les gustan un pelo.
Pero de eso, de sociología, costumbres y poses de deudor en plan hidalgo ya hablaremos otro día, que ahora aún es demasiado pronto para que se reconozcan los errores cometidos en ese sentido.