Por una vez voy a escribir un artículo político, aunque intentaré, os lo aseguro, que no sea partidista. Porque el hombre es un animal político, pero nadie dijo nunca que fuese un animal atado a una sigla, como aquel hombre de Quevedo, pegado a una nariz.
Me preocupa este Gobierno socialista que tenemos, como a muchos de vosotros, pero la preocupación de la que quiero hablaros es muy distinta a la que comentamos aquí cualquier día. Lo peor de este gobierno no es que nos esté llevando a la ruina, ni que ejerza férreamente el consejo que Franco daba a sus ministros en privado: “no meterse en grandes reformas y esperar a que los problemas por resolver pasen ellos solos a la bandeja de problemas resueltos.”
Aunque es grave, lo peor no es tampoco que el Gobierno ayude a que se expanda por la sociedad la idea de que el que trabaja legalmente es tonto, porque se pueden cobrar diversos subsidios y hacer chapuzas por ahí, sin factura, sin pagar un duro, y con el horario que te dé la gana.
Lo peor no es que España pierda peso en el concierto internacional, y que nos tomen por el pito del sereno hasta los piratas del Zaire, ni que nuestro ministerio de exteriores dé una de cal y otra de arena visitando hoy a Obama para hacerse la foto y mañana a Fidel para compensar el mal rato al ala transmontana del partido.
Lo peor de Zapatero es que está desacreditando completamente la idea de socialismo en España. Y se puede ser socialista o no, pero hay que reconocer que un partido socialdemócrata sano y serio es muy necesario en el sistema político de una nación moderna, atemperando los excesos de la ola neoliberal del beneficio abultado, rápido y a cualquier precio.
El verdadero socialismo tiene que ser como el verdadero ecologismo: un modo de defender los derechos de los trabajadores y las clases humildes de madera sostenible, fomentando la creación de riqueza y haciendo luego todo lo posible para mejorar su redistribución y limitar las desigualdades.
Pero aquí no: aquí parece que la estrategia consiste en drenar riqueza de los que son capaces de producirla para entregarla a los que no la producen y sin preguntarse la razón de ello. Aquí se trata de hacer transfusiones de sangre de los sanos a los enfermos, pero sin tomarse la más mínima molestia en tratar de averiguar las causas de la enfermedad ni de ponerle remedio.
Tras esta experiencia, corremos el riesgo de que España acabe cayendo en manos de lo más rancio de la derecha burguesa, porque el socialismo después de Zapatero habrá quedado tan maltrecho, tan desacreditado, tan privado de personas e ideas verdaderamente consistentes que será una caricatura de sí mismo, como el socialismo francés, que no levanta cabeza frente a un Napoleón de segunda como Sarkozy, o el socialismo alemán, que va de batacazo en batacazo frente al sentido común de una canciller que hace los presupuestos generales como quien prepara la lista de la compra.
Y el socialismo, para estar con él o contra él, como peso o contrapeso, es imprescindible para la salud política y social de un país. Lo contrario es pensamiento único, matizado solamente por las distintas tonalidades de intereses económicos, y nosotros ni podemos ni debemos permitirnos eso.