Dentro de este recorrido por los fallos de los sistemas socialistas y comunistas llegamos hoy a una lacra de difícil solución: la desincentivación del esfuerzo.
Podíamos hablar otra vez del mono que no trabaja y que precisamente por no trabajar se vuelve más competitivo con las hembras, tiene mejor salud, y vive más años, pero de eso ya hablamos el otro día.
Hoy, en cambio, como pidieron algunos lectores, voy a tratar de abordar el asunto desde una óptica cercana: la igualdad o equivalencia entre el que hace algo, el que hace mucho, y el que no hace nada. La igualdad o equivalencia entre el perfeccionista, el que trata de mejorar las cosas, el indolente y el que simplemente es un chapucero y un marrano.
Todo eso nos suena cercano y conocido, ¿verdad? Pues bien: ese es el pilar fundamental de las relaciones laborales en el socialismo. Y lo mismo que ocurre en una empresa cuando se trata igual a los que cumplen o a los que no, sucede en un país, pero a lo grande.
En nuestras economías capitalistas hay una reminiscencia de ese sistema, fomentada a ultranza por los sindicatos de izquierda (que son casi todos): la negociación colectiva. Los sindicatos detestan todo aquello que pueda servir para distinguir al buen trabajador del malo, y se amparan en que estos mecanismos se utilizan para cometer abusos y arbitrariedades contra los trabajadores. Es totalmente cierto, pero no cabe olvidar que tratar igual a todos es un abuso y una arbitrariedad ya en sí misma, con lo que cometer un desmán para evitar otro no puede ser una mejora. Es simplemente un trasvase de poder y una presión a la baja sobre la productividad. ¿Cual es la idea? Que todos trabajen como el que menos, porque trabajar como el que más es de idiotas.
Los sistemas socialistas y comunistas se basan en esto: los recursos son del Estado y los trabajadores son todos iguales. En estas condiciones, mejorar un producto, hacerlo más eficiente, más duradero o de mejor calidad no tiene sentido, pues el Estado garantiza que no habrá otro producto en el mercado compitiendo con el tuyo. Los consumidores te comprarán a ti obligatoriamente, y al precio que se fije. La calidad y la eficiencia no cuentan.
La producción en los sistemas comunistas y socialistas es como la comida en la cárcel: como no hay otra cosa, todo está bien. Cualquier iniciativa para mejorar el producto aumentará el esfuerzo y nadie querrá asumir ese sacrificio a cambio de nada. Los sistemas comunistas sólo avanzan cuando deben competir, como en la carrera armamentística contra Occidente, la carrera espacial, o la guerra contra los nazis. Sin competencia exterior, se hunden en su propia inoperancia, su indiferencia y la falta de incentivos para trabajar más, trabajar mejor o mejorar lo que se produce.
En ese sentido podríamos decir que los funcionarios operan a menudo como un estado socialista propio dentro de un sistema capitalista, pero esos matices os los dejo para vosotros, en los comentarios, que yo ya me he vuelto a pasar de extensión.
A ver si entre todos tenemos un buen debate.