Desde hace casi dos siglos, y no es broma, se plantea la lucha política sobre la desigualdad entre ricos y pobres. Es un enfrentamiento más antiguo, por supuesto, pero desde que se acuñaron conceptos como que “la propiedad es un robo” o la “lucha de clases” parece que el combate pro la desigualdad se plantea en torno a la distribución de rentas. Las rentas del trabajo y las rentas del capital.
Una de las explicaciones más socorridas al hablar de esta crisis que parece no acabar nunca es precisamente la desigualdad. Si las rentas se distribuyen de forma muy desigual, cae el consumo, porque no se trata tanto de lo que la gente gana, sino de la parte de ese dinero que tiene disponible para gastos discrecionales. Antes de empezar el mes ya hay una serie de gastos fijos ineludibles, como la hipoteca, la luz, alimentación… ¿Cuánto queda para gastar después de eso? Ahí está la clave del consumo interno.
Y pongo un ejemplo para que veamos los efectos de la bajada salarial. Si en una familia trabaja uno solo de sus miembros e ingresa mil euros, de los que tiene gastados setecientos en lo básico, su disponibilidad es de trescientos euros. Si le rebajan el sueldo un 10%, su consumo no se reduce en un 10% sino en un 30% que es al diferencia entre tener 300€ para lo que quiera y tener 200€.
Lio que sucede es que el aumento de renta de los ricos no aumenta el consumo, porque ganando más no vas más de vacaciones, no te compras más trajes, ni vas a más restaurantes, ni compras más coches. Puedes hacerlo en cierta medida, pero no en la medida de tu incremento de renta. Lo que realmente aumenta el consumo interno, o lo deprime, es la evolución de las rentas de las clases medias y bajas. Y estas rentas, por múltiples razones, están tan presionadas que producen una depresión general de la demanda.
¿Y qué hace el Gobierno? Tratar de resolverlo con deuda.
Pero la desigualdad tiene otra cara, no tan política, y de ella hablaremos en el artículo siguiente.