Ya sabéis lo que opino sobre el tema de la autoridad municipal y sus recalificaciones de terrenos: que se puede ir por ahí con un trabuco, se puede ir con una navaja, o se puede robar desde el ayuntamiento, quedando bien, y siendo además un amigo del empleo y el desarrollo.
De todos modos, y para que tengáis una ocasión nueva de ponerme a parir, os quiero plantear un dilema sobre las recalificaciones y los enriquecimientos con el suelo, esas operaciones que, ya lo sabéis, fueron las que más encarecieron los pisos y las hipotecas que ahora tanto nos cuesta pagar.
A ver cómo lo planteo:
Los pelotazos de algunos los tiene que pagar alguien y ese alguien somos nosotros, que al comprar un piso estamos pagando la antigua huerta de un abuelo a cinco mil euros el metro cuadrado. O a más. La broma esa cosa de un momento: se pasa un maletín a quien hay que pasárselo, y así los terrenos rústicos se convierten en urbanos, se construye, y se vende y nosotros nos jorobamos durante los treinta o cuarenta años que dura la hipoteca. Hasta ahí, todo normal. Conocemos al perjudicado, y nada cambia.
La pregunta es quién es el beneficiario que más merece enriquecerse, porque para mí, aunque sea repugnante el trapicheo que se traen concejales y constructores, creo que eso es más legítimo que el enriquecimiento porque sí del bisnieto del abuelo que trabajaba la huerta y que no volvió a mirar nunca para ella hasta que vio que podía ser edificable.
Que se forren constructores y políticos municipales es asqueroso, pero no dejan de estar dentro del negocio. Y el dinero es para el que crea el negocio, aunque sea con argucias ilegales.
Que se forrara el heredero de esos pedregales porque se las recalificasen a él en vez de al promotor, eso sí que me parecería verdaderamente horrible.
Por lo demás, os propongo que echéis un ojo a las listas municipales de las próximas elecciones: veréis como al desaparecer la bicoca de la construcción hay muchos que ya ni se presentan. Total, ¿para qué?