Cuando las cosas van mal siempre es conveniente tener a alguien a quien echarle la culpa, y si ese alguien es inmaterial, intangible e invisible, mucho mejor.
A estas alturas casi todos hemoss oído hablar de la conspiración de los especuladores internacionales contra las finanzas y la deuda públicaespañola. Suena tan fuerte y tan clara la voz de los mercados, que ZP ha tenido que sacarse una serie de medidas de la chistera, y medidas además de las que no gustan a sus ideólogos.
Lo cierto, en cualquier caso, es que en poco menos de diez días la Bolsa española ha sufrido un descomunal batacazo y nuestra deuda pública ha pasado de ser una inversión segura a tener que pagar unas importantes primas de riesgo, con lo que nuestra deuda pública es más cara y menos atractiva. Y cada vez más gorda, por cierto, lo que deja a los bancos sin dinero para prestar ni para conceder hipotecas.
Desde mi punto de vista, hablar de conjuras de conspiraciones o de cacerías en plan “vienen a por nosotros” o “han olido la sangre” son, modos sensacionalistas de decir que los especuladores bajistas han visto en la debilidad de la confianza española una presa fácil para sus maniobras.
Y si esto es así es porque no hemos hecho los deberes, no hemos conseguido corregir la burbuja inmobiliaria e hipotecaria y no hemos conseguido, sobre todo, convencer a nadie de que podemos generar riqueza con que pagar en el futuro lo que debemos.
Aunque nos jorobe, lo que hay que reconocer es que no hay ninguna conspiración contra España, sino que se trata simplemente de lo obvio: los que protestan no ven claro que se lo podamos devolver.
Como haríamos nosotros con cualquierra, vaya. ¿Y también somos tiburones?