A lo que más nos estamos acostumbrando es a decir que la hipoteca es una especie de losa que aplasta la demanda llevándose una parte importante, demasiado, de la renta disponible de las familias. De este modo, la falta de dinero en el mercado es lo que reduce las compras y por ese camino descienden también la producción y el empleo.
Sin embargo, últimamente parece que nos hemos olvidado de que la vivienda ha sido y es en España el principal indicador de capitalización de las familias, y el bien en el que permanece depositada una buena parte de la riqueza familiar española. En algunos países, o en algunas culturas, la riqueza se acumula en oro, o en joyas que se pasan de generación en generación y aquí lo hacemos en viviendas. Pues vale.
¿Y a dónde voy con todo esto? A que la esperada bajada de la vivienda puede beneficiar a algunos, que la podrán comprar a un precio más asequible, pero va a perjudicar a una inmensa masa de españoles que tenían sus ahorros invertidos en este bien. Y no me refiero al megaespeculador que tiene ocho casas y las alquila, sino a un abuelo cualquiera, que metió en la casa toda su renta durante años y que ahora dejará una herencia menguante a sus descendientes. Ese dinero, que antes era un activo para invertir o consumir, ha desaparecido de pronto, dejando sensación de timo (y de pobreza) a una persona que antes consumía con más alegría o pensaba poner su pequeño negocio.
¿Y cuándo se recuperará el precio de la vivienda para que pueda recuperarse este capital? Posiblemente tarde muchos años, ya que la población no crece, algunas ciudades se vacían y toda la población se concentra en ciertos polos geográficos, donde el precio se mantiene o sube, haciendo que se devalúe en el resto del territorio.
Quizás este análisis es el que hacen los bancos y por eso son tan reacios a conceder hipotecas: en los próximos años es más probable que la vivienda siga bajando que ver un nuevo impulso alcista, pro lo que conceder hipotecas suponer incurrir en el riesgo de tropezar otra vez con la misma piedra: que las viviendas que aparecen en sus balances valgan menos que el dinero que dieron por ellas.
Por tanto, para evitarlo, quedan unas pocas salidas: que aumente la demanda de viviendas, que aumente la población, o quizás que tengamos una gigantesca plaga de divorcios que duplique las casas necesarias.
Sólo lo último parece probable en la situación actual…