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Otros mercados (Lo que hay que saber)

Porque hay otros mercados, además del hipotecario, el de divisas y el de valores...

Porque hay otros mercados, además del hipotecario, el de divisas y el de valores...

Estamos en agosto y hoy me apetece hablar en otro tono. Permitid que me sustituya hoy mi otro yo, aunque sólo sea para deciros, entre líneas, que lo de la hipoteca no es para tanto.

Soy el autor de esta historia, pero su propietario legal, a quien debo y quiero mencionar, por justicia y agradecimiento, es el ayuntamiento de Lugo, que me animó con su premio Anxel Fole a no dar el teclado a los demonios y dedicarme a poner ladrillo cara vista.

Perdonadme si es demasiado largo, pero hay cosas que no se pueden decir en menos palabras. Con esto, me despido hasta septiembre, dejándoos en la inmejorable compañía de Mburuvicha y su inconfundible híbrido de pluma y espada.

Feliz verano. 

Ya lo decía el viejo Quohelet, aquel agorero que se regodeaba en recordar que todos los ríos van al mar pero el mar nunca se llena. Ya lo decía Quohelet: donde hay mucho conocimiento hay mucho dolor. Donde hay mucha ciencia, hay mucho sufrimiento.

Y donde no, también. Eso olvidó añadir.

Dicen que la ignorancia nos iguala a los animales, y que volver la espalda a la realidad nos convierte en esclavos, porque esclavo es el que no es dueño de su vida sino que pertenece a un amo que piensa y decide por él. Dicen que no hay nada peor que ir a la cárcel sin conocer el plazo, o esperar la ejecución sin saber a ciencia cierta en qué fecha vendrá el verdugo a convertir un corredor en laberinto.

Puede ser.

Pero dicen también que sólo lo inesperado puede contener algún mensaje, porque lo sabido es mudo. Y dicen que de toda prisión se puede escapar mejor que de la cárcel de uno mismo. Y dicen que a los cíclopes se les dio a conocer la fecha de su muerte y por eso perdieron toda alegría. Y un ojo.

¿Es mejor saber o no saber?

Es mejor saber lo que hay que saber.

Esa es la respuesta. La única buena.

Saber, por ejemplo, que nuestro hijo tiene dos años, que está cada día más guapo y que ya dice algunas palabras. Saber que de pronto empieza a comer peor que de costumbre y que parece que se ha puesto enfermo. Eso es saber algo importante.

Saber que después de recorrer centros y hospitales, de hacer análisis y más análisis, de ponerle todas las vacunas contra los virus infantiles de guardería, y de probar todos los remedios modernos y caseros de que nos han hablado, sigue enfermo.

Saber que hay que alegrarse cuando el pediatra decide al fin examinarlo a fondo, porque parece que no es una de esas enfermedades sin importancia que contraen los niños. Deberías irritarte porque no lo hubiera hecho antes. Deberías agarrarlo por las solapas de la bata y decirle cuatro palabras, después de las semanas que has pasado, pero te alegras porque sabes cómo es el mundo y sabes que tienes que alegrarte. Lo sabes y te alegras de que lo hayan examinado ahora en lugar del mes que viene.

Saber llorar cuando te dice el médico que el niño tiene una cardiopatía congénita. Te lo explican con media docena de tecnicismos que no entiendes, y hasta te muestran unos cuantos dibujos que no te dicen nada, porque eres incapaz de imaginar a tu hijo como algo más que su carita sonriente. Pero es igual. Sabes que es grave. Sabes que puede ser incluso muy grave y palideces como si la piel fuese alérgica ala sangre.

Saber llorar y saber tener esperanza. Porque hay esperanza y hay que saber creer en ella, aunque sea escasa. Aprender a creer en algo: eso sí que es tarea difícil. Pero lo necesitas a toda costa y aprendes. Y al final sabes creer en esa esperanza. Y crees con la furia de los conversos, con el fervor de los alcanzados por el rayo.

Saber que no responde al tratamiento. Que la enfermedad es grave, que el médico tuerce el gesto cuando revisa la analítica y la radióloga mira a otro lado cuando buscas su mirada, que el niño se seguirá apagando hasta encontrarlo frío un día en la cuna. Hay que saber eso.

Saberlo de veras es asumirlo. Tener conocimiento de una cosa no es saberla. Hay que saberla por dentro, no por fuera. Saber es interiorizar, poner dentro lo que está fuera. Pero poner dentro algo así es como tragarse una granada de mano después de quitarle la anilla. Y sonriendo, además, porque no quieres que el niño te note nada. Te tragas la granada y dices “mira qué rica la golosina que se ha comido papá”.

Y finalmente lo sabes. Te ha costado, pero al fin lo sabes. Juegas con él sabiendo que cada día puede ser el último, y te desesperas imaginando un ataúd blanco. Y lo abrazas más de la cuenta, como si lo quisieras más porque se vaya a morir que si estuviera sano. Sabes que es una tontería, pero lo sigues abrazando. ¿Desde cuando los abrazos saben lógica?, ¿desde cuando tienen miedo a surgir de tonterías?

Y te dicen que existe aún una esperanza.

Y entonces cambias el saber por el esperar. Si saber ya era difícil, esperar es tarea de héroes.

Porque se trata de esperar. Esperar que muera algún niño de su edad. De otro mal cualquiera. En un accidente de tráfico. En un accidente doméstico. De uno de esos tumores infantiles que se disgregan y subdividen a dos veces la velocidad de la luz. Lo que sea. Da igual.

Y te conviertes en un buitre esperando que se muera el hijo de otro y te quiera ceder un corazón. Y sabes que lo deseas. Te lo niegas. Pero sabes que es así.

Lo deseas.

Entonces es cuando sabes demasiado y quisieras ser un ignorante.

Tratas de no pensar en ello y el deseo de apartarlo de tu mente te hace tenerlo presente a todas horas.

Pero pasa el tiempo y el corazón no llega. Maldices entre dientes y entre lágrimas. Maldices en voz baja porque no te atreves a quejarte de que no se muera otro niño. A falta de mejor remedio se te ocurrió rezar y te sentiste un blasfemo. Ya ni a rezar te atreves: Dios no es para ti, porque pides un mal; el diablo no es para ti, porque lo pides para un bien. Mejor dejarlo.

Y entonces un día te enteras de que quizá no sea preciso esperar. Alguien te informa de un par de cosas que no deberías saber y te pones al corriente. Quisieras no saberlo, pero preguntas, y haces unas cuantas llamadas. No quieres saberlo pero crece la avidez de conocimiento.

Y sabes al fin que en algún lugar de Centroamérica te venden un corazón. Te horroriza pensar que se puedan vender esas cosas. Te parece espantoso mientras preguntas el precio aunque no lo quieres saber. Te dicen cuanto costaría con absoluta frialdad. Y lo puedes pagar.

Y sabes que los corazones de niños de dos años no crecen en los árboles como las manzanas. Ni son bulbos como las cebollas. Ni tubérculos como las patatas. Los corazones de niños de dos años crecen en niños de dos años, por supuesto, pero esa es una evidencia a la que no eres capaz de llegar. Lo intentas pero no puedes. No consigues saberlo.

Prefieres ser ignorante. Y creer que lo sacarán de la tierra con una azada. Llegas a creerlo. Lo crees de veras, con toda el alma. A veces incluso lo imaginas: un corazón palpitante saliendo de la tierra y un campesino moreno que te lo ofrece con una sonrisa reluciente.

Y compras el billete de avión convencido de que así es: saldrá de la tierra y lo sacarán con una azada. No puede ser de otro modo. Es impensable que sea de otro modo. No sería lógico.

Y pagas.

Y le hacen el trasplante a tu hijo en una clínica privada, aparentemente imposible en un sitio así. Una clínica moderna y reluciente con médicos de peinado impecable y enfermeras sonrientes. No puede existir tal cosa en semejante sitio, pero sí que es posible. Y sabes por qué es posible. Y prefieres no saberlo, pero pagas, y lo sabes.

Y estás un mes allí, casi dos. Y no miras a la gente. Y te dices que el menor de doce hermanos ha salvado del hambre a los otros once, pocos segundos antes de que se lo llevase el tifus. Un minuto antes de que lo atropellara un autobús. Justo cuando iba a destrozarlo un meteorito. Cualquier cosa te vale. Te vale lo que sea.

Y te dices que has hecho un bien. Y sabes que te lo has hecho. No cabe duda de que es un bien.

Y tu hijo te sonríe cuando vuelves a casa. Y con el ronroneo de los motores del avión se queda dormido. No puedes apartar los ojos de él mientras duerme.

Y sabes que has hecho lo que tenías que hacer.

Tu hijo está contigo y te sonríe: sabes lo que tienes que saber. Y te gustaría no saber más.

Sólo falta encontrar a quien te venda la ignorancia.

Sólo eso.

La hipoteca eterna

Acabó de pagar la hipoteca allá por 1215...

Acabó de pagar la hipoteca allá por 1215...

Hoy quizás me encontréis un poco extraño. Son las cuatro de la mañana y os escribo desde Valbuena de la Encomienda, más concretamente desde un sitio que se llama “la Vuelta de Tuerca”. Nada menos.

El otro habitante del pueblo, porque hoy somos dos, bajó a jugar la partida a un bar que está a ocho kilómetros y volvió hace un rato. Lo sé porque estoy escribiendo con el portátil, en unas mesas de piedra, bajo las estrellas, y nos dimos las buenas noches. Ahora somos muchedumbre.

Lo creáis o no, aquí hace un frío del carajo, como once grados, y me he sacado la botella de aguardiente para que me haga compañía y me dé calefacción. En León somos así de brutos a veces. Nuca había contado que soy de León, ¿no? Es igual: ya está dicho y va como pretexto o coartada. Lo del aguardiente, por supuesto.

Este es un blog de hipotecas, pero en este lugar en el que me encuentro, hablar de hipotecas es como hablar de si hay vida en Marte. Le he preguntado por vuestra hipoteca, y por la mía, a una lechuza que pasó hace un rato y me dijo que se la soplaban.

Pero calculodehipoteca.net no cierra en Agosto, y aquí me tenéis, al Ladríllez de siempre, Javier para los amigos, intentado contaros cosas tan antiguas como que al que nace para la noria del cielo le cae el yugo. En España hablar de yugos recuerda al yugo y las flechas, el símbolo de la Falange, un partido que nació para obrero y que hicieron de extrema derecha a fuerza de estacazos (véase Hedilla). En realidad, el yugo y las flechas son símbolos anteriores, de los Reyes Católicos, y significan la unión (el yugo) hace la fuerza (las flechas), pero eso no le interesa a nadie, porque la unión es un concepto desacreditado, sobre todo por los que nos quieren dispersos y subjetivos.

En estos montes de Cristo, con la luna a media asta, me atrevo a deciros hoy que la hipoteca perpetua no es un mal necesario, como la vejez o la muerte. Nos hipotecamos porque queremos, y nos calificamos de urbanitas porque autodenominarnos idiotas nos da vergüenza. Las cosas que nos importan no están sólo donde los pisos cuestan trescientos mil euros, y las que están son accesibles por mucho menos de lo que pagamos. Le echamos la culpa al gobierno, por no ayudar, o a los ayuntamientos por recalificar terrenos a cuentagotas y poniendo el cazo, pero lo cierto es que somos nosotros, concentrándonos masivamente en zonas muy concretas, los que hacemos subir el precio de la vivienda.

¿Sabéis lo que cuesta una vivienda aquí? Seis mil euros. Y otros treinta mil arreglarla. Id a la calculadora de hipotecas de esta misma página y calculad la cuota: ¿ciento quince euros? Más o menos.

Y a treinta kilómetros de dos ciudades donde se puede encontrar trabajo, colegios, hospitales y lo que haga falta. A ochenta de una Universidad. A ciento cincuenta del mar. ¿Y qué podríamos hacer con la diferencia entre ese dinero y lo que estamos pagando? Yo lo sé muy bien. Cada cual haga sus cuentas.

El aguardiente, la noche, o yo, uno de los tres, se siente hoy en la obligación de deciros que sí, que otra realidad es posible, pero no se construye desde las armas o la revolución, sino desde la distancia, física e intelectual, a las cosas que creemos imprescindibles u obligatorias. No venceremos al sistema luchando todos por el mismo ático en el mismo barrio. No seremos más libres acatando su ley de abaratar los costes teniéndonos a todos juntos en unos pocos kilómetros cuadrados. La dispersión beneficia al ciudadano y perjudica al gran capital y a todo el que quiere controlar a las personas. Hasta que no entendemos eso, estaremos condenados a la hipoteca perpetua, que es, aunque ya lo sabéis, un mecanismo para obligarnos a aceptar los que nos echen con tal de no perder la esperanza de ser un día propietarios.

¿Propietarios de qué? De la condena de otro cuando, ya viejos y sin fuerzas, vendamos el piso.

Ser el amo de la condena de otro. Ese es nuestro premio.

Al diablo le pasa otro tanto. Qué curioso.

 

 

Cuidado con el diferencial

Si te descuidas, te empluman

Si te descuidas, te empluman

Algunos indios americanos morían al internarlos en prisión, porque no eran capaces de ver más allá del presente y pensaban que la pérdida de libertad era definitiva. Los amigos de lo primitivo alaban este rasgo diciendo que morían pro su extremado aprecio a la libertad, pero otros, como Von Humboldt, con sentir también cierta simpatía por esos indígenas, creían que se debía a su absoluta incapacidad intelectual para un concepto tan abstracto como el futuro.

El Euribor está bajando, y posiblemente siga bajando en los próximos meses, hasta el momento en que las economías de nuestro entorno se saneen y los bancos centrales empiecen entonces a subir los tipos de interés para combatir la oleada inflacionista que sin duda llegará.

Aprovechando que los tipos están por los suelos y que el crédito es difícil de conseguir, los bancos están duplicando y hasta triplicando los diferenciales que antes solían aplicar. Donde veíamos Euribor más medio punto o Euribor más un punto, vemos ahora, Euribor más dos puntos o incluso diferenciales superiores en algunas ocasiones.

El ciudadano de a pie sólo cuenta la cuota que le va a salir a pagar, y como le resulta asumible, la da por buena y firma. El ciudadano de a pie, o sea nosotros, se está comportando como el indio al que metían en la cárcel: piensa que el tipo de interés actual será para siempre, sin darse cuenta de que aceptar un diferencial alto lo pone al borde del abismo en el momento en el que los tipos suban, y si se firma a veinticinco o treinta años, ¡seguro que en ese periodo subirán!

Por eso, antes de aceptar cualquier diferencial, es importante que hagamos la cuenta de lo que eso va a suponer cuando el Euribor vuelva a estar al cuatro o al cinco por ciento, porque el Euribor sube y baja, pero el diferencial es para siempre.

O sea: no hagamos el indio.

 

Previsiones sobre el Euribor y la crisis

ZP dice que es una panadería y hará pan para todos, pero no me fío...

ZP dice que es una panadería y hará pan para todos, pero no me fío...

Como ya sabéis, las previsiones económicas se siguen haciendo porque la gente tiene la clemencia de no revisarlas luego, o de revisarlas con una sonrisa en los labios. Oí decir una vez que no hay nada más divertido que una revista del corazón atrasada, pero yo os digo que hay otra cosa aún más humorística: un periódico económico atrasado.

Digo todo esto para que me permitáis la osadía, a mí, un pobre pringado, de realizar una previsión económica sobre la crisis y los tipos de interés, como el Euribor. Eso sí: por mi parte, corresponderé a vuestra amabilidad dando razones y argumentos un poco más consistentes que los de los políticos. No es tan difícil: cualquier cosa es más consistente que la nada.

Vamos a ello:

Entre las muchas razones por las que surgido esta crisis, yo quiero destacar la abundancia de liquidez. El miedo a la recesión hizo bajar los tipos de interés a unos valores en los que el dinero perdía valor real a medida que incrementaba su nominal, con lo que los capitales se refugiaron en valores tangibles, y el más tangible es el piso. De ahí que se formase una gran burbuja inmobiliaria, pues como el dinero costaba menos que la inflación, comprar bienes inmuebles era un opción interesante.

Por muchas razones que no me paro a analizar ahora (para no escribir un tocho), el sistema financiero se fue a hacer puñetas y entramos justamente en lo contrario: en una escasez de liquidez. Pero esa escasez no se ha acompañado de una subida de los tipos de interés, como sería lo normal, con lo cual, queda aún por pagar el coste real de la crisis.

Esta es la primera clave: los tipos de interés están bajos, pero los bancos no prestan. Algo no funciona.

En segundo lugar, quiero señalar hacia el valor de las monedas. Como ya sabréis, la libra esterlina se depreció casi un veinte por ciento, y el dolar ha bajado más de un cuarenta frente al euro en pocos años. Son muchas las voces que se preguntan por qué el Euro sigue tan alto cuando la economía europea depende tanto de las exportaciones y un euro alto es tan perjudicial para nuestra competitividad frente al exterior. Nuestro sector turístico, por ejemplo, acusa el golpe del Euro alto, porque, al cambio, hace mucho más barato irse a Túnez, a Croacia o a Indonesia.

A mi juicio, la razón de este desmán es doble, pero tiene un mismo origen: Alemania es país acreedor y Alemania tiene balanza comercial positiva de nada menos que 270.000 millones de euros al año. La cosa, pues, está clara: el que recibe más de lo que entrega y el que espera cobrar de los demás no quiere de ningún modo que la moneda baje, porque eso le haría recibir menos por los dos conceptos.

Por tanto, una devaluación del euro sólo será posible cuando la situación alemana haya empeorado lo suficiente para que convenga a los que verdaderamente tienen el poder en Europa (o sea, ellos) y entonces veremos también una subida de los tipos de interés.

A mi juicio, el de un pobre pringado, el momento más duro de esta crisis vendrá cuando los países de nuestro entorno, especialmente Alemania, salgan del bache y nosotros no podamos seguir los nuevos criterios de convergencia por el salvaje incremento del déficit público que ha alentado nuestro gobierno. En ese momento se recortarán brutalmente y de un golpe los gastos públicos, al tiempo que veremos como el Euribor sube de nuevo al 5% o al 6% con la misma rapidez con que bajó.

Dicho lo anterior, os recomiendo que sigáis la evolución de la economía alemana, porque ese es el reloj que marca la cuenta atrás.

Si mis cálculos son correctos, que seguro que no lo son, a finales de 2010 ellos estarán listos para otro salto adelante y EEUU habrá resuelto en parte su agujero financiero. Contad, para entonces, con que los tipos de interés se tripliquen. Y eso si Zapatero detiene el gasto público: si no, contad con algo cercano a una bancarrota cuyos efectos, afortunadamente, se me escapan.

 

 

 

Viviendas sin vender

Maravillosos pisos en primera línea de Sáhara.

Maravillosos pisos en primera línea de Sáhara.

—¿Por qué se desnudó usted y se lanzó contra el cactus? —le preguntaron a un hombre en el hospital.

—Pues no lo sé: en aquel momento me pareció buena idea —respondió el herido.

Eso mismo contestan muchos hipotecados hoy, cuando les preguntan cómo se les ocurrió pagar trescientos o cuatro cientos mil euros por un piso de noventa metros en un barrio periférico de alguna ciudad principal: les pareció buena idea.

Otros, tratan de buscar razones y nos hablan, o hablamos, de la escasez de vivienda en las grandes ciudades, del desmesurado aumento de los precios, y de razones de todo tipo, pero lo cierto, lo real, es que los que tenían previsto comprar una vivienda se lo están pensando cuarenta veces viendo cómo no deja de descender su precio y que cada año que pasa pueden encontrar algo un poco más barato.

El problema ahora es que se ha paralizado la construcción de viviendas y que eso, obviamente, es malísimo para la economía. En estos momentos, el stock de viviendas sin vender alcanza el millón de unidades. La mitad de esta cifra está en manos de los promotores (los que dijeron que se las darían al banco antes que bajarle los precios) y la otra mitad son viviendas de segunda mano. A estas, hay que añadir las que están desocupadas pero aún no se han puesto a la venta por razones diversas, pero que irán entrando en el mercado ( a competir con las que están en venta) para alquiler o venta a medida que sus dueños dejen de necesitarlas o se convenzan de que la inversión (o especulación) no fue tan buena como pensaban.

El problema del stock de viviendas en España, a mi entender, es que va a durar muchos años, lo que paralizará un sector tan importante como la construcción. Si queréis, otro día analizamos más de cerca cada uno de estos factores, pero hoy me gustaría enumerarlos y exponerlos a vuestro juicio:

-Contracción del crédito: los bancos, durante muchos años, limitarán los créditos a la vivienda, eliminando a muchos compradores potenciales.

-Pérdida de confianza: la vivienda ya no es esa inversión segura que nunca baja y muchos inversores y especuladores se alejarán de ella.

-Entrada en el mercado de viviendas de personas mayores: a medida que la generación de la posguerra vaya envejeciendo y falleciendo, quedarán más viviendas vacantes. En estos momentos están quedando vacías las de aquellos que nacieron en los años veinte, que son muchos menos que los de generaciones posteriores. Un análisis de la pirámide demográfica sería un tema estupendo para un artículo aparte. Prometo intentarlo.

-La vivienda del albañil: en las ciudades había muchas viviendas ocupadas por nacionales y extranjeros dedicados a la construcción. Cuando se paralizó la actividad, se marcharon, con lo que no sólo quedaron vacías las viviendas que construyeron, sino también las que ellos ocupaban, duplicando el problema. Con esto, si os dais cuenta, no había contado nadie.

-Y por supuesto, el gran tema: si no hay trabajo, no hay dinero. ¿Quién va a comprar así?

Me faltan vuestra razones, las que añadáis. O las correcciones a estas. Cuento con ellas.

La vivienda del abuelo

El abuelo se apoya en el bastón y nosotros en él. Me temo.

El abuelo se apoya en el bastón y nosotros en él. Me temo.

Se ha celebrado estos días por toda España el Día del Abuelo, una idea a la que se han apuntado todas las administraciones, ya sea por convicción en el homenaje, o porque los abuelos de este país son baratos de contentar y más agradecidos con estos detalles que las generaciones posteriores.

De la importancia de los abuelos sabemos mucho en este blog, y más que sabremos según pasen los meses, porque los abuelos son y van a ser la tabla de salvación que evite el naufragio a muchas familias. Ellos, y no los cuatrocientos euros de emergencia, serán los que saquen adelante este país cuando el paro se prolongue y las prestaciones se agoten.

Desde siempre, quien tiene un abuelo tiene quien cuide de los niños, quien compre el pan y quien le abra la puerta al cartero. Ahora, además, resulta que el que tiene un abuelo tiene un techo de emergencia, porque la casa del abuelo se pagó hace treinta años, y una pensión, que aunque sea birriosa, da para pan y garbanzos cuando no hay que pagar hipoteca.

Dicen que la esperanza para el sector de la construcción española está en los millones de jóvenes que no se han emancipado y que tarde o temprano tendrán que comprar un lugar para vivir. En Austria, por ejemplo, la media de edad a la que los jóvenes se independizan es de 22 años. En España esa media es 34, y sigue subiendo.

Yo, personalmente, no creo en esa esperanza, sino más bien en la que están brindando ya los abuelos: una vivienda pagada que, en vez de ponerse a la venta cuando los abuelos mueren, se convierta en primera vivienda de los jóvenes. Por eso he dudado siempre, y aquí lo he dicho, de que llegue a eliminarse nunca el stock de viviendas sin vender: porque por razones demográficas están entrando en el mercado, poco a poco, pero sin remedio, miles de viviendas de personas mayores que se trasladan a las residencias de ancianos o se van al “otro barrio”.

Lo malo de la vivienda del abuelo es que muchas veces está en un pueblo, o en una ciudad de provincias, perro si ellos, cuando no hubo trabajo se fueron a Alemania (con papeles y sin derecho a exigir NADA), ¿por que no pueden sus nietos irse a Huesca o a Albacete?

¿No creéis que el problema de la vivienda también viene de que todos queremos el mismo metro cuadrado? Yo estoy convencido. A eso se le llama desestructuración, y tiene un arreglo muy malo.

Diálogo social y financiación autonómica (carrera de burros)

Mejor no demos más ideas...

Mejor no demos más ideas...

Perdonadme que me ponga tan bruto, pero como los sábados saco a pasear la cimitarra, aunque algunos me tachéis de exagerado o de poco moralizante, quiero hablar de un tema que nos interesa y nos importa a todos, por sus tremendas repercusiones.

La patronal y los sindicatos están en pleno pulso para dilucidar quién va a pagar el pato de la falta de dinero en el mercado. El problema parece otro, pero en realidad es ese: que no hay dinero circulando, y que a falta de efectivo ni se puede consumir, ni invertir, ni se pagan las deudas ni se puede confiar en que las pensiones lleguen a pagarse dentro de unos años, por razones tanto demográficas como económicas.

En primer lugar, aunque supongo que todos lo sabéis, hayq ue decir que el sistema de la Seguridad Social no es un sistema de capitalización, sino una especie de esquema Ponzi en el que tú pagas a los que ahora están jubilados y recibirás la pensión de los que paguen cuando tú te jubiles. Exacta y justamente el esquema piramidal usado por Madoff y otro muchos chorizos a lo largo de los tiempos. Si os apetece saber más sobre la historia de este tipo de estafa, os dejo un enlace sobre el esquema Ponzi.

Por tanto, como la Seguridad Social no se capitaliza, necesita ingresar en todo momento lo que paga, no lo que va a pagar en el futuro, con lo que estamos ante el hecho, doloroso pero cierto, de que son los trabajadores y empresarios actuales los que deben pagar las pensiones actuales y los seguros de desempleo del presente. Partiendo de esa base, una rebaja de las cotizaciones, como piden los empresarios para poder contratar a más trabajadores, supondría un agujero impresionante en las cuentas del Estado.

Y si las cotizaciones no se rebajan, veremos que el diferencial o Coin Fiscal, que es la diferencia entre lo que un empresario paga por un trabajador y lo que este trabajador recibe realmente por su trabajo, no dejará de crecer, dañando duramente las economías familiares y la rentabilidad de las empresas. Pero si se rebaja, el dinero de las pensiones y de las prestaciones de desempleo hay que sacarlo de algún lado.

Em cualquier otro país, en una situación como la actual, se permitiría que la Seguridad Social entrase en déficit y se pondría ese dinero de los Presupuestos Generales, o sea, de los impuestos de todos. Pero en España eso no es posible, puesto que el Gobierno ha gastado hasta el último céntimo disponible en satisfacer las demandas de financiación autonómica, e incluso se ha endeudado más alla de lo razonable para cumplir algunas reclamaciones políticas de ciertas comunidades.

Por tanto, como el dinero se ha gastado en el Estado de las Autonomías, no quedan fondos para el Estado del Bienestar, ni para fomentar el empleo, ni para pagar más allá de seis meses un seguro de desempleo complementario a los que no cobren ninguna otra prestación.

El monto de esa prestación de emergencia será de 420 €, y de sobra sabéis lo que se puede hacer con 420 € si hay que mantener una familia, y eso sin contar con que haya que pagar una hipoteca, que si no, ya es de echarse a temblar. Se habla de que se puede ampliar a doce meses en un futuro, pero de momento de momento, como os digo, se negocia sobre la base de seis meses.

Así las cosas, lo que se pregunta uno es qué puñetas están negociando y por qué siguen haciendo el paripé de que hablan. El Gobierno no puede rebajar las cuotas de la Seguridad Social más allá de un 1,5 % porque no tiene con qué pagar una rebaja mayor, y tanto patronal como empresarios saben que con esa cantidad no se fomentará realmente la creación de trabajo. ¿Cómo se puede salir de esto? Por supuesto, gastando menos en otras cosas y dedicando el dinero a lo que realmente importa a la gente, que son sus garbanzos.

Pero los garbanzos de la gente no vienen en los Estatutos de Autonomía, ni amenazan con retirar el apoyo parlamentario si no se llevan a su redil los dineros de todos, con lo que, como veis, es lo último que se negocia.

¿Por qué no se negoció el tema laboral y salarial antes que la financiación autonómica, ya que es mucho más importante y preocupa a más gente? Porque se pensaba dejar para esto lo que sobrase de lo otro. O sea, nada.

Este Gobierno es así: cuando la gente haga cola para pedir trabajo o subsidio de desempleo, le regalarán una bombilla de bajo consumo y un banderín de su autonomía, con el himno cantado en formato MP3 (y pagando el canon a la SGAE, por supuesto).

Y se quedarán tan anchos.

La reventa

Si venden localidades para tu entierro, desconfía.

Si venden localidades para tu entierro, desconfía.

Ojalá os fuese a hablar en este artículo de los abonos de los toros, o de algún partido del siglo, uno cualquiera, entre equipos construidos para fidelizar bobos que mantienen su adhesión a un nombre (lo único que permanece) porque ni jugadores ni nada mantiene un mínimo de continuidad.

Pero no. Os hablo del timo del siglo, que no queremos mirar, o que nadie ha señalado.

Os hablo de la reventa de dinero. Así, sin papelitos ni nada que encubran la maniobra. De dinero puro y duro.

Con la actual crisis financiera y el miedo a que quebrasen los bancos, los gobiernos occidentales han inyectado grandes cantidades de dinero a los bancos. Esto, en la práctica, y para dar liquidez al mercado, supone que los bancos centrales están prestando dinero a la banca comercial a un tipo alrededor del 1 %.

La banca comercial nos revende a nosotros ese mismo dinero, salido de nuestros impuestos, a un tipo que oscila entre el 2,20 y el 9 % dependiendo de para qué se lo pidamos.

No es verdad que nos presten el dinero de los impositores. Ese dinero representa un porcentaje mínimo. Nos prestan nuestro propio dinero a un precio incrementado, porque sí, porque se lo dan y porque les dan permiso para ello. Nos lo están sacando por un lado, a trabajadores y empresarios, para que la banca nos lo preste o nos lo niegue por otro, dependiendo de sus propios criterios e intereses, y obteniendo un jugoso margen. Cuando os hablen de falta de liquidez, pensadlo: se refieren a que aún no nos han cobrando lo bastante para poder prestarnos más de lo que ya era nuestro.

El neoliberalismo ya sabemos lo que es. Lo que estamos descubriendo ahora en España es el neosocialismo. ¿Quién lo iba a decir?

 

 

Reformar con subvención (cebo para merluzos)

Captura realizada por una subvención pública

Captura realizada por una subvención pública

Después de leer el estupendo artículo que nos brindó el señor Mburuvicha este domingo, me pareció interesante hablaros de lo que es la realidad de las subvenciones para la rehabilitación de inmuebles.

En primer lugar, vaya por delante mi completo acuerdo con todos los que opinan que lo verdaderamente sostenible es la rehabilitación de un inmueble antiguo, ya sea rural o urbano. Y no sólo por evitar el incremento de consumo de ciertos recursos, o la destrucción del suelo, sino también por la cantidad de escombros y desechos que no se generan. Además, los edificios antiguos tienen ya asentadas sus principales estructuras, con lo que, si no son demasiado viejos, o de muy mala calidad, serán más estables tras la reforma que los nuevos, sobre todo viendo cómo se construyen algunos de los nuevos. Pero ese es otro tema y de grietas hablamos otro día.

Dicho esto, y como estoy aquí para hablar del mundo real (aunque algunos se escandalicen a veces por las cosas que digo), quiero haceros ver algunas cosas sobre lo que ocurre con las subvenciones que a veces se conceden para rehabilitaciones de este tipo.

-1- Las energías renovables están muy bien, pero son sólo rentables mientras cuenten con fondos que las subvencionen, pues la mayoría de ellas no son económicamente competitivas. Por lo tanto, antes de instalar paneles solares en nuestra casa (por ejemplo), es interesante enterarse de cuáles serán los costes de mantenimiento, cuáles los certificados y otras costosas firmas que nos exigirán en el futuro y hasta qué punto deberemos disponer de medios alternativos a esta energía, pues quizás debamos duplicar la instalación en previsión de que no todos los días haya sol. En el Norte, por ejemplo, hay mucho frío y poco sol en invierno, así que conviene no contar sólo con el sol para el agua caliente. De la calefacciñón ni hablamos, y menos aún de lo que pasa si nieva.

-2- Las cantidades que ofrecen las administraciones como subvención para la rehabilitación, normalmente no alcanzan siquiera para pagar el papeleo que generan. Si te conceden una subvención, cuenta con que tendrás que sacar todos los permisos de obras, proyectos de arquitecto, dirección de obra, y demás requisitos administrativos. Sé de sobra que habría que hacerlo de todos modos, y vosotros sabéis de sobra lo que pasa en realidad, así que no me extiendo más. Hacerlo sería insultar a los lectores, y eso ni en broma.

-3- Las cantidades que se conceden en una subvención deben ser justificadas con las oportunas facturas de la TOTALIDAD de la obra. Eso implica que toda la obra deberá pagar el IVA íntegro, hasta del último brochazo, que seréis responsables subsidiarios de todos los trabajadores que se empleen en ella, y que deberéis llevar a efecto los requisitos del plan de seguridad, etc. Véase el final del punto anterior si queda alguna duda.

Por todo lo explicado, os doy un consejo amistoso: nunca, jamás, pase lo que pase, pidáis una subvención para una rehabilitación. Bajo ningún concepto.

Es escandalosamente caro.

Los sueldos de los políticos

 

¿Por qué no le comprarían los cuadros para que comiese caliente y no se metiera en política?

Acuarela. Adolf Hitler, 1911. ¿Por qué no le comprarían los cuadros para que comiese caliente y no se metiera en política?

  Los sueldos que se autoasignan nuestros políticos es un tema de conversación perfecto para el café, o para una de esas reuniones donde lo más prudente es no sacar a colación asuntos más cercanos. La cosa tiene tela, y más aún, en realidad, de la que parece a primera vista.

Una vez abandonadas las blasfemias góticas y el cainismo ibérico, llega el momento de la reflexión, y entonces cabe preguntarse si esos sueldos deberían referenciarse y compararse con lo que gana un funcionario, con lo que cobra un gestor, o con qué.

Ya sé que es difícil, porque el hígado manda mucho, pero os pido un poco de reflexión.

Todos nos quejamos de que de la caja común salen cantidades difícilmente justificables, pero creo, y os ruego que contengáis las pedradas, que pensamos eso no por lo que pagamos, sino por lo que recibimos a cambio.

Personalmente, como pasé muchos años tratanado con la Universidad, considero más que demostrado que hay ciertos puestos, mal pagados, en los que sólo se acaban metiendo los que no valen para otra cosa.

Los buenos profesionales, los de verdadera valía, acaban trabajando para empresas que les pagan una fortuna mientras que en la Universidad se quedan para dar clase los que saben que no van a encontrar nada mejor o los que no tienen ganas de rendir cuentas ni horarios a nadie. Dicho de otro modo: vagos e ineptos.

En mi sector, que es la economía, os puedo jurar que un gran gestor, o un profesional de verdadera valía no se conforma con cobrar dos mil euros si no tiene claro, por supuesto, que su otra opción viable es ganar setecientos trabajando de contable en una pescadería.

Pues en  política igual. O aún peor. Necesitamos gerentes. En este país necesitamos personas con capacidad de gerencia y de administración, con capacidad de lucha e iniciativa para sacar adelante los proyectos públicos. Necesitamos gente que sepa hacer las cuentas, obtener los recursos y optimizar su utilización. ¿Y sabéis qué pasa? Que la gente que sabe hacer eso cobra verdaderas fortunas en la empresa privada. ¿Qué puesto creéis que ocupa el Presidente del Gobierno en el ranking de ejecutivos mejor pagados? En 2005, estaba allá por el cuatro mil y pico, y creo que habría descendido. Zapatero gana alrededor de 90.000 € al año, mientras que cualquier consejero de una empresa cotizada en bolsaduplica tranquilamente esta cifra.

De esta manera, ¿cómo queremos que se presente a alcalde un señor que gana cincuenta mil euros en su empresa? ¿Cómo vamos a convencer a un buen gestor de que se presente a Presidente si va a ganar treinta o cien veces menos? No se presenta, por supuesto, y cada vez que pedimos a los políticos que trabajen por amor al arte permitimos y fomentamos tácitamente que los asuntos públicos queden en manos de aficionados, de arribistas y de desaprensivos que vienen a hacer experimentos con nuestra gaseosa.

Porque en esto pasa como en todo: si buscas un electricista de cuatrocientos euros al mes, al final se funden los plomos en cuanto pones la batidora. Y si buscas un alcalde o un ministro de miseria, pues eso obtienes: una miseria de alcalde o una ruina de ministro.

Lo que vale algo, algo cuesta. Y es de tontos tener muerto de hambre al perro que guarda las gallinas. O elegir de perro al que siempre estuvo muerto de hambre.

Los puestos políticos deberían estar mucho mejor pagados, para que compitieran por ellos personas que saben hacer el trabajo que se necesita. Y eso sí: las listas las elegimos nosotros, no los partidos, porque de otra manera acabaríamos teniendo a los mismos zopencos, pero mucho más caros.

Además del dinero está la vocación y la sed de poder ya lo sé. Pero yo quiero buenos profesionales: los de la vocación, que vayan a evangelizar a los papúes, y los de la sed de poder, que se lo hagan ver en el psiquiatra. O si no, por lo menos que compitan con los que valen.

La hipoteca como refugio civil

 

¿Parece un bunker? Pues no: es una hipoteca. Y alrededor5 hay un divorcio, aunque parezca campo.

¿Parece un bunker? Pues no: es una hipoteca. Y alrededor5 hay un divorcio, aunque parezca campo.

 

La hipoteca es casi siempre una dura carga que llevan las familias sobre sus hombros, pero también hay gente, porque hay gente pa tó, que utiliza la hipoteca como arma de disuasión, y de esa posibilidad os quiero hablar hoy.

 

Perdonadme si soy demasiado crudo, pero me lo dijo una vez un juez: es mucho más fácil encontrar causas que patrimonios.

Al que tiene algo, se le puede quitar con cualquier motivo o con cualquier pretexto, pero si tienes sólo el motivo, o el pretexto, y nada más, es muy difícil encontrar algo que quitar. Esta norma, que parece una frase canalla acuñada por algún gangster, es en realidad la base primera de muchos procedimiento judiciales que se siguen: declarar culpable, o responsable, al que tenga con qué pagar. El por qué, ya se verá.

Hagas lo que hagas, aunque sea arreglar un grifo en casa, la administración te declara responsable subsidiario de la empresa de fontanería si esta no ha pagado la Seguridad Social al trabajador que va a cambiar el grifo, así que, en tal situación de cosas, es importante no terminar nunca de pagar la hipoteca, aunque te haya tocado la primitiva y tengas cinco millones de euros en el banco.

El dinero se puede meter debajo de una teja, invertirse en oro (y enterrarlo) o ponerlo a nombre de alguien que ni siquiera sabe que lo tiene, pero las propiedades inmobiliarias figuran en el registro, con lo que son jugosas presas para las administraciones, los cazadores de indemnizaciones y los cónyuges cuando llega el caso del divorcio.

En cambio, si la vivienda está hipotecada y por una fuerte suma, todos esos amigos de lo ajeno desisten de inmediato.

Por eso, me permito unas cuantas sugerencias prácticas:

-Si se va a casar un hijo y pensáis regalarle el piso, pensadlo dos veces: armad una poderosa hipoteca y ayudadles a pagar las cuotas. Si el matrimonio va bien, no les cuesta nada el piso, y si les va mal y se separan, que se quede ella con la hipoteca, ya que los jueces dan siempre la vivienda habitual a las mujeres.

-Si tenéis una empresa, hipotecaos hasta las cejas y el dinero metedlo en cualquier lado o en cualquier inversión a nombre de quien haga falta (procuremos evitar siempre al cónyuge) y si alguna administración nos menaza con embargar el piso, que hable con el banco, que es el que tiene escriturada la hipoteca.

-En cualquier caso y en cualquier circunstancia, es mejor tener la vivienda habitual hipotecada. Ni os imagináis la de gente que eso aleja de nosotros y la de juicios que evita.

Y cuando se haya pagado un buen pellizco del principal, nada mejor que renovarla por obras, metiendo inmediatamente el monto de lo recibido en algo convertible, pero no efectivo, ni jamás nominal.

Es caro, sí. ¿Pero cuándo fue barata la disuasión?

No escrituran mi piso (o no acaban mi piso)

 

Hay que denunciar antes de que se lleven cualquier cosa que pueda tener la empresa

Hay que denunciar antes de que se lleven cualquier cosa que pueda tener la empresa

La tragedia inmobiliaria tiene también otra cara: la cara de cabreo, la cara de tonto y el rostro de desesperación que se le ha quedado a muchos españoles cuando, después de haber pagado un importante porcentaje de su vivienda, se encuentran con que la promotora no termina el edificio, ha quebrado, o simplemente se niega a escriturar lo que ya se ha construido para evitar el para ellos temible momento de hacer cuentas con el banco o con el fisco.

Si alguno de vosotros se encuentra en esa terrible tesitura, tengo que deciros que no demoréis ni un segundo más la presentación de la demanda, pues cuanto más tardéis, más tiempo estaréis dando al promotor para que liquide su posible (pero improbable) patrimonio, con lo que os dejará con una mano delante y otra detrás.

Y si alguno de vosotros está pensando en comprar sobre plano, o ya lo ha hecho, que no se piense que la póliza de seguro que cubre como aval las cantidades entregadas le va a salvar el pellejo: esas pólizas pueden ser canceladas, y aunque es ilegal, hay mucha gente a la que la legalidad le pasa por el Arco del Triunfo, con lo que os recomiendo que comprobéis periódicamente si esos avales siguen en vigor. Si no es así, encomendaos al santo o cantante de vuestra devoción, y salid corriendo hacia el juzgado.

Aunque sea difícil recuperar una parte sustancial del dinero que se ha puesto, hay un orden en los cobros, y cuanto antes vayáis, más posibilidades tendréis de que os toque algo.

Hay mucha gente que compró sobre plano, y con la crisis ha tenido que ver cómo el promotor le pide sucesivas prórrogas para acabar el edificio, amparándose en pretextos de todo tipo, desde la falta de permisos municipales a la reducción de personal. Algunas de estas explicaciones pueden ser verdad, pero más vale ser precavido y comprobar la vigencia de los avales. Y además, si los plazos se eternizan, también se puede pedir la resolución del contrato y reclamar la devolución de las cantidades entregadas, que quizás no sea mala idea en algunos casos, teniendo en cuenta el precio que se acoerdó y el que se pagaría hoy.

O sea que ya veis que tener una hipoteca no es tan malo en sí mismo. Puede ser peor querer tener una hipoteca y que el constructor, que se ha llevado un pico importante, no escriture o no termine la vivienda.

Peor que una hipoteca puede ser la falta de ella.