Sé que algunos querrán matarme por lo que voy a decir, pero me arriesgaré: el que paga cincuenta millones por un piso, o sesenta, y se hipoteca de por vida, a veces lo hace por necesidad imperiosa, pero hay muchos, la mayoría, que se meten en semejante agujero porque les da la gana, o por su mala cabeza, a sabiendas de que por la misma condena que se imponen ellos mismos podían haber dado dos atracos a furgón blindado y violado a la Estatua de la Libertad, como poco.
Quizás antes de meternos en una compra que se va a llevar una importante parte de nuestros ingresos durante muchos años deberíamos sentarnos a pensar unas cuantas cosas con mucho tiento y sobre todo con mucho realismo.
Lo primero y más importante que debemos saber es quiénes somos, y dónde estamos. Tranquilos, que no me voy a poner en plan manual de autoayuda, pero hay que tener claro cuales son nuestras posibilidades reales y huir del cuento de la lechera como de la peste. Lo normal es que no nos toque la primitiva. Lo normal es que no mejoren drásticamente nuestras condiciones laborales.
Tenemos que saber, ineludiblemente, cual será el lugar y la circunstancia en la que podamos sacar mejor partido a nuestra capacidad. Creedme: no es obligatorio vivir en una gran ciudad y no es obligatorio vivir en el centro. Esos dos detalles, bien analizados, marcan la diferencia entre una vida desahogada y una vida arrastrada y llena de sobresaltos.
Hay profesiones que deben desarrollarse en Madrid capital, por ejemplo, y que exigen un despacho en Atocha. Vale. No voy a hablar de ellas. Se supone que si plantean semejantes exigencias también las retribuirán de manera proporcional.
La mayoría de las profesiones, sin embargo, no piden tanto. Si eres camarero, por decir algo, ¿qué diferencia hay para ti entre servir menús en Madrid y servirlos en Badajoz? , ¿en qué se diferencia trabajar en un banco en Barcelona o en Ponferrada?, ¿qué te impide ser profesor de instituto en Écija en vez de en Sevilla?, ¿qué mas te da conducir los autobuses de Bilbao que los de Lugo?
Mientras no nos metamos en la cabeza que la vivienda en las grandes urbes es una trampa que nos atará de por vida no valoraremos de veras las posibilidades que ofrecen las localidades más pequeñas. No entro a discutir lo que a cada cual le guste más o le guste menos, pero el que quiera vivir en Madrid, que no se queje luego de lo que le cobren. Hay ubicaciones geográficas que son lujos parecidos a tener un Ferrari aparcado a la puerta de casa, y los lujos son para los que se los pueden permitir. El que se los permita sin poder, que no se queje luego de las consecuencias.
Por el lado contrario, hay una opción extrema que he visto y que os cuento: conozco a alguien que, después de trabajar en Madrid diez años y vivir por un alquiler que era el 46 % de sus ingresos, decidió pedir traslado a una ciudad mediana del Norte. En un pueblo a treinta kilómetros, encontró una casa, y la arregló. Antes tardaba cincuenta minutos en llegar al trabajo y ahora tarda media hora los días malos y veinte minutos los normales. La casa le costó diez mil euros y otros veinte mil las reparaciones. Tiene una hipoteca de 115 € y le da la risa el Euríbor.
Eso sí: en su pueblo son nueve vecinos y por la noche no se oyen coches, lo que para algunos debe de ser muy duro. Él mismo se despertaba sobresaltado al principio por tanto silencio.
El colegio de los niños le queda más a mano que antes. Los lleva por la mañana cuando va a trabajar, y los trae cuando vuelve. Come fuera de casa, como antes, y los niños en el comedor, cono antes. Su mujer trabajaba en la cocina de un bar y trabajaba ahora en la cocina de un bar, porque también hay bares con cocina en las ciudades medianas y hasta en las pequeñas.
No tienen gente alrededor ni ambiente a todas horas, pero con la diferencia de costes, sobre todo el de la vivienda, os aseguro que viajan y ven más mundo que antes.
Esta opción existe. Lo que no es una opción es pagar lo que no puedes. Lo que no es una opción es considerar constante lo que sólo es una variable.
No hay calefacción más costosa que el calor humano.
Seguir al rebaño es muy caro.
Todo es cuestión de gustos y de prioridades. Estoy completamente de acuerdo contigo en que cada uno tiene que tener la vivienda que puede pagar. A todos nos gustaría tener la casa de nuestros sueños, pero hay que ser realistas, hacer cálculos, pensarlo bien y meterte en algo que puedas asumir no sólo este año, sino también los próximos.
Sin embargo, y ya te digo que esto es cuestión de prioridades, yo no estoy dispuesta a dejar de vivir en mi ciudad. En Madrid tengo lo que me gusta y la gente a la que quiero, y para mí eso es lo más importante. Prefiero vivir en una casa pequeña junto a mi gente, aunque me salga más caro, que en un magnífico caserón, con una hipoteca muy baja, pero en un pueblo pequeño y alejado de todo. No hay calefacción más costosa que el calor humano, como bien dices, pero en mi caso, tampoco hay calefacción más gratificante. Debo formar parte del rebaño, pero estoy encantada.
Me temo que Ladríllez ha metido el dedo en la llaga. Isabela lo dice bien claro: la gente sabe quenolopuede pagar, o que le costará la cadena perpetua, pero lo da por bien empleado.
Y a sabiendas de que la gente traga con todo, los precios suben hasta el infinito y más allá, proqure el calor humano se considera un bien de primera necesidad como el agua o el aire.
Poco a poco vamos vciendo las causas reales de los abusos de precios. Y una de las causas somos nosotros.
Es la primera vez que lo veo con tanta claridad.
Como todo en esta vida, cualquier elección tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Vivir en un pueblo con nueve (o trescientas) personas es tranquilo, barato y probablemente muy sano, pero hay cosas, como la intimidad, que se pierden. La gente que vive en localidades pequeñas sabe que su vida se va a transformar inmediatamente en tema de conversación. El anonimato puede no gustar a algunos, pero yo creo que es una ventaja de las ciudades: puedes hacer lo que te apetezca porque nadie va a preocuparse por ello. Pero en los pueblos eso es imposible. Y también hay que tener en cuenta que, aunque en muchos lugares con poca población hay recursos culturales, en otros tantos carecen de servicios como bibliotecas con buenos fondos, conexiones a internet gratuitas o polideportivos; hay que desplazarse en coche para hacer uso de ellos. Y para qué hablar de cines (y ya en versión original, pues qué os voy a contar) o espectáculos teatrales… En fin, como siempre, es cuestión de prioridades. Pero idealizar la vida rural es muy peligroso; conozco casos de gentes que se marcharon pensando que iban al paraíso, y todavía no saben cómo ubicarse.
Este tema da mucho juego, ¡adelante con los comentarios!
Hola a todos! Mi posición es que en equilibrio está la virtud. Para mí la situación ideal sería vivir en una capital de provincias. Yo quiero el campo a diez minutos y los cines a un cuarto de hora. Quiero bibliotecas y teatro (y si puede ser playita también). Quiero andar media hora para ir al trabajo y al coche que lo zurzán. Para mí esa es la situación ideal. Sé que no me voy a ahorrar tanto como si me voy a vivir a un pueblo, pero reconozco que el tema de la intimidad (yo he vivido en un pueblo hasta los 18 años) para mí es fundamental. Valladolid, Toledo, Málaga, San Sebastián, Alicante, Murcia, Córdoba…. Son ciudades en las que me veo viviendo…
Pienso que ese es el caso ideal que el autor propone yo propongo. Lo que hizo el que se fue a una aldea lo describe como caso extremo, creí entender.
Pero es que hay situaciones ideales y situaciones extremas, y los pisos en las capitales de provincia cuestan doscientos mil euros sin ser maravillosos.
Has dado en el clavo, Elenilla. En el equilibrio está la virtud. No hace falta irse a vivir muy lejos, ni siquiera a capitales de provincia. Las ciudades dormitorio son una buena solución. Su precio es considerablemente más reducido que el de la gran ciudad y te ofrecen las mismas ventajas (incluso a la hora de aparcar, más todavía). Y creo que es ahí donde quería llegar Ladríllez. No hace falta vivir en la zona más exclusiva de la ciudad porque este de moda.
La pregunta, Sergio, no es qué ofrece cada cosa, sino qué te puedes permitir.
Como dice el autor, yo también quisiera tener un Ferrari aparacado delante de casa, y hasta si quieres hablamos de sus mejores prestaciones, pero el caso es que no lo puedo comprar.
Si la casa donde yo quiero vivir me cuesta el sueldo de todala vida, a lo mejor es cosa de irme a otro lado.
Y no es que idealice el campo: es que es lo que puedo pagar.
Yo también pienso que quizás lo que el autor nos quiera comunicar no sea que hay que irse a vivir a un pueblo de nueve habitantes (aunque es el ejemplo que utiliza), sino más bien que suponemos que hay ciertas cosas que nos van a otorgar la felicidad, siempre que paguemos por ellas; cuando en realidad podemos ser igual de felices (o de infelices) con otras que no cuestan tanto, ni nos suponen una condena de por vida. De todas maneras, estoy de acuerdo en lo que comenta Triki; a veces las circunstancias son las que son y ni siquiera es cuestión de dinero, sino de que no te queda otra opción.
Ladrillez, da que pensar el artículo, buena reflexión. Por cierto, he encontrado en la foto a varios de mis convecinos.
Saludos y buen fin de semana a todos.
Vivir en el centro de las ciudades es actualmente un lujo, pero también es verdad que hay personas dispuestas a pagar lo mismo que les costaría un piso pequeño en plena ciudad por un chalet en las afueras, con su jardin minúsculo y su piscina comunitaria. La relfexión de una amiga mía es muy acertada: hay quien se compra un adosado en las algún pueblo fuera de Madrid, y tiene un audi en el garaje; y para poder pagarlo todo, pasa a diario una hora (mínimo) de ida y otra de vuelta al trabajo, metido o metida en un atasco; se tira ocho horas en su puesto y luego regresa a casa a las diez de la noche, sin tiempo de disfrutar ni del jardín, ni de la piscina, ni de su familia. Y tiene que pagar a alguien que se haga cargo de sus hijos. Lo mejor de todo: cuando considera lo que ha conseguido, piensa que ha ido a mejor… Yo personalmente prefiero mi piso de dos habitaciones en Vallecas, con el metro en la puerta (tardo media hora en llegar al trabajo, como mucho) y una hipoteca más baja que cualquier propietario de un chalet. Y a 20 minutos del centro. Como decían otros “tertulianos”, es cuestión de prioridades.
Cuestión de prioridades y cuestión, en otros casos, de lo que es razonable. También sucede que la gente se mete en callejones sin salida no por seguir al rebaño sino porque sus circunstancias son las que son. En mi caso, la profesión de novia me obliga a vivir en Madrid o sus cercanías. Su trabajo está aquí y no lo tendría fácil para encontrar trabajo si se fuera a otro lugar. Además, no gana lo suficiente para vivir en el centro y yo tampoco. En resumen, nosotros tenemos que vivir en Madrid y nuestros sueldos no nos permiten calidad de vida, como vivir cerca del trabajo o no estar ahogados a finales de mes. Hay casos para todo.
Yo me identifico con lo que cuenta el Sr. Ladríllez y, además, creo que soy una víctima del rebaño, que es el fondo del mensaje que quiere transmitir. Tuve la suerte en su momento de comprarme un piso cuando los precios eran razonables. Sin embargo, era muy modesto y, cuando conseguir tener una posición mejor, pensé en mudarme a uno nuevo, más cómodo, mejor situado, con más habitaciones…. En fin, prosperar un poquito contando con que, al vender le otro piso, conseguiría una suma importante… Ahora tengo un problemón de narices porque no consigo venderlo!
Un debate muy interesante…
El problema que tú tienes, Carol, es muy común ahora mismo. Nos vendieron la moto contándonos cómo si comprábamos unos inmuebles con precios desorbitados, dentro de unos años esos precios iban a inflarse aún más (siguiendo el ritmo que llevaban), y eso supondría que los podríamos vender y hacernos de oro. Y, seguramente, los que nos vendían esa moto sabían perfectamente lo que iba a ocurrir y se lo callaron para sacar tajada.
Cuanto daño ha hecho la avaricia. Pero, ¿quién se puede resistir al dinero fácil? Yo no pude. De la noche a la mañana, los pisos pasan de valer 10 millones a valer 40. Y piensas, si lo compro por 40, de aquí dos días lo vendo por 80. A más de uno le salió bien la jugada y lo pudo vender a tiempo. Pero la burbuja explotó y caímos al suelo. Esperemos que a la próxima oportunidad nos cojan curados de espanto.
Perdona por inmiscuirme, Carol, ¿pero por qué no alquilar el otro piso en vez de vender?, ¿No te lo has planteado? He conocido gente en tu situación que se ha negado a alquilar hasta que las cuentas no cuadraron, al margen de que el piso vacío sigue dando gastos y se deteriora. Plantéatelo desde este punto de vista: Va a generarte ingresos y además vas a seguir teniendo no uno, sino dos pisos en propiedad que siempre son una garantía. En fin, es sólo una idea, no me lo tomes a mal. Saludos.
Dices que “el que quiera vivir en Madrid, que no se queje luego de lo que le cobren”. Cierto, porque sabemos que una ciudad como Madrid es cara sobre todo en vivienda, pero hay una cosa (com tantas otras) que no se me alcanza como justificada ni justificable: en una terraza de una céntrica plaza te sientas y pides una caña (ojo, una caña es un vasito con 20 cl de cerveza, como mucho). El camarero vuelve con el pedido (media hora después) y te trae una jarra de medio litro y te cobra 3 o 4 euros, como mínimo.
¿Dónde está la justificación económica para estos precios? Yo no la veo.
Eso por no hablar de que el camarero te ha traído algo que no has pedido y sin advertirte (“aquí sólo servimos jarras de medio litro”). Con lo cual, obviamente, te quejas, pero acabas pagando, aun con la seguridad de que no te volverás a sentar en esa terraza jamás, y te vas poniendo a parir hasta a la madre del apuntador.
Eso sí, hace poco estuve en Santiago de Compostela (capital del comunidad autónoma superturística y más bien tirando a cara) y entré en un bar de toda la vida en pleno centro. Pedí un vino blanco de la casa y me cobraron ¡¡40 céntimos!! ¡Inaudito! Claro que en otro bar a cuatro pasos pedí un tinto de denominación y la cosa subió a dos euros y pico (como en Madrid, vamos).
Me encanta tu estilo “guerrero” Ladríllez. La verdad es que más de una vez me he planteado tu opción. Sobre el papel puede parecer rentable, pero tengo dos pequeños inconvenientes. El primero es que si ya de por sí es difícil encontrar trabajo en las grandes urbes, en las pequeñas poblaciones encontrar empleo de ciertos sectores es imposible. Y el segundo es que no todo en la vida son números. Las personas necesitamos un arraigo y si tienes a todos tus amigos y tu familia en tu barrio o ciudad de siempre, prefieres hipotecarte de por vida con la condición de verlos a menudo. Un saludo.
Has dado en el clavo, Érica, al menos en mi caso, hay momentos en la vida en los que se convierten en prioritarios ciertos valores, como el arraigo, el estar cerca de los nuestros. Son esas pequeñas cosas que no valoramos hasta que tenemos cierta edad y nos damos por satisfechos con esa cercanía, aunque el precio a veces sea un poquito alto. Si priorizamos este valor y tenemos suerte de que la ubicación del inmueble no incluya precios desmedidos podemos sentirnos afortunados, y si no pues tragamos y en todo caso, como reflejaba algún comentario, rebajamos nuestras expectativas y dejamos de lado el sueño de tener una casa espaciosa, por ejemplo, lo cual aún así no dejará de ser sensato. Saludos.
Muy interesante la reflexión del señor Ladríllez. La verdad es que muchísima gente hizo cálculos poco ajustados, sin tener un plan “b” por si las cosas iban mal. Esto me recuerda a una pareja amiga mía: Compraron un piso justo en el momento en que los precios eran más caros, pero claro, decía él, “en ese momento si había un terreno en la zona ya había 200 reservas, cómo imaginarse que al día siguiente de comprarlo los precios iban a caer en picado”. Compraron, hicieron mejoras por varios millones y en un tris se encontraron con una hipoteca tremenda, la caída de precios y encima la crisis les dejó sin trabajo, por lo que tuvieron que bajar en el escalafón profesional. Ahora la relación va mal, pero se plantean aguantar porque no es cuestión de malvender… No previeron, confiaron demasiado en el mercado y sobre todo no hubo plan “b”. Hay que ser realistas, como dice Ladríllez.
El rebaño ha seguido a los perros pastores (poderes bancarios, poderes inmobiliarios, etc) que los han guiado hasta el matadero de esa condena que usted explica. Es difícil ser la obeja negra y salirse del rebaño, pero es una opción. Si gran parte del rebaño se hubiera salido, los perros pastores hubieran tenido que idear nuevos planes para capturarlas y se hubieran debilitado, pero no fue así.
Nosotros (las obejas) se lo pusimos demasiado fácil a los perros pastores (los poderes fianancieros, los líderes…)
Duro tema el de la opicultura
🙂
Un artículo que no deja indiferente, ¡desde luego! Yo no quería ser de esos que se meten en viviendas que están por encima de sus posibilidades, así que eché cuentas con mi novia y a partir de la cantidad mensual que podíamos pagar de hipoteca averiguamos qué precio máximo podíamos pagar por un piso. Luego descontamos el casi 10% de gastos (notario, IVA, gestoría, etc) y nos salió el coste final. Así lo hemos hecho, así que no nos consideramos ovejas ni nada parecido. Pero es verdad que más de uno está en un rebaño y encima se piensa que es mejor que nadie.
Saludos
Estoy de acuerdo que pagar lo que no puedes NO es una opción, pero también creo que vivir en el gurugú del mundo para mí tampoco lo es. Soy de Madrid pero nunca he tenido ningún sentimiento patriótico ni por España ni por mi ciudad ni por nada, hasta que fui a América tres meses. Entonces me di cuenta de que mi patria es mi gente y que mi lugar de arrigo es donde esté mi familia. Por eso cuando me compre un piso lo haré en Madrid, a ser posible en el mismo barrio que mis padres, aunque no descarto trasladarme al campo cuando ningún vínculo familiar me una a esta ciudad. ¡En este caso miro por mis intereses y lo que haga el rebaño me da absolutamente igual! Oye, muy buena la reflexión 😉 y muy cierta.
Gracias por la informacion