Lo primero de todo, invitaros a responder a la encuesta que hemos puesto esta semana sobre el controvertido tema de los desahucios. Porque lo cierto es que todas las opciones son buenas y todas tienen razón. Las analizamos una a una:
Sí, hay que detener lo desahucios porque quizás eso lleve a modificar una ley hipotecaria abusiva y también un poco simplona, basada en la buena fe de las partes y en que todo el mundo se comporta, como dice el código mercantil, “como un honrado y probo padre de familia”, Los hechos, sin embargo, parecen confirmar más bien la teoría de juegos, según la cual todo el mundo se comporta tratando de buscar su beneficio, sin importarle los marrones (a las que en bonito se llama externalidades ) que van quedando a su paso. Por ese mecanismo, mucha gente obró de manera imprudente, comprando un piso mayor o mejor de lo que podía pagar, y muchos bancos dieron hipotecas a gente que dejaría de pagarlas en cuanto soplase la primera brisa en contra. La ley hipotecaria, por tanto, no está ni con los tiempos ni a su altura, y tiene que buscar una mejor adaptación a al realidad económica actual.
La suspensión temporal de los desahucios perjudicará a los que todavía pagan, porque los recursos de los bancos van a estar orientados a cubrir este boquete durante un buen periodo de tiempo. Si lo que necesitábamos era clarificar la situación y que se supiera cuanto antes cual es la situación real de nuestro sector financiero y sus activos tóxicos, impedir a los bancos la liquidación de impagados puede llevar la necesidad de recapitalización a cuotas desconocidas. Y ojo, que no digo altas, sino desconocidas, lo que es mucho peor en un momento como el presente, donde parecer ser mejor la muerte que la incertidumbre. Además, los españoles nos conocemos: una vez que desaparece la amenaza de que te pongan en la calle, ¿cuántos creéis que dejarán de pagar de los que ahora estaban pagando? Pronto conoceremos las cifras, pero preveo un repunte importante en la morosidad. Al tiempo.
Sí, los desahucios son un drama y una tragedia, y no sólo personal, sino también económica para todo el país. No me extiendo más, porque ya hablé sobre ello hace unos días. Aquí os dejo el enlace
Por último, es cierto también que la paralización de los desahucios perjudicará a la credibilidad exterior de nuestros bancos y nuestras cuentas, lo que se convertirá en una nueva ronda del efecto dominó. Como los bancos tienen menos medios para recuperar lo prestado, tendrán más dificultades para acceder a la financiación, prestarán menos, subirá el paro, y entraremos en otra ronda depresiva, sin ni siquiera el alivio de que el Gobierno venga al rescate, porque tampoco habrá quien compre la deuda pública.
La alternativas, por tanto, es simple: o vamos de duros y nos estrellamos, o vamos de compasivos, y nos estrellamos. Visto así, como España es país católico, preferiremos estrellarnos por resultar compasivos. Lo malo es que la Merkl es hija de un pastor protestante y no ni abogada ni licenciada en filosofía, sino en Física. O sea que entenderá que los pecadores deben pagar por sus pecados y que dos y dos son cuatro.
Lo demás, monsergas.
Ya lo veréis.
Ladríllez, el que entienda la introducción de “Economía en una Lección” de Henry Hazlitt entenderá lo que afirmas y sus desastrosas consecuencias. La mayoría, seguirá gritando desde su ignorancia.
La expongo aquí porque a pesar de tratarse de una obra de 1946 es a día de hoy más actual que nunca.
“ECONOMIA EN UNA LECCIÓN”
LA LECCIÓN
La Economía se halla asediada por mayor número de sofismas que cualquier otra
disciplina cultivada por el hombre. Esto no es simple casualidad, ya que las dificultades
inherentes a la materia, que en todo caso bastarían, se ven centuplicadas a causa de un
factor que resulta insignificante para la Física, las Matemáticas o la Medicina: la marcada
presencia de intereses egoístas. Aunque cada grupo posee ciertos intereses económicos
idénticos a los de todos los demás, tiene también, como veremos, intereses contrapuestos
a los de los restantes sectores; y aunque ciertas políticas o directrices públicas puedan a la
larga beneficiar a todos, otras beneficiarán sólo a un grupo a expensas de los demás. E1
potencial sector beneficiario, al afectarle tan directamente, las defenderá con entusiasmo
y constancia; tomará a su servicio las mejores mentes sobornables para que dediquen
todo su tiempo a defender el punto de vista interesado, con el resultado final de que el
público quede convencido de su justicia o tan confundido que le sea imposible ver claro
en el asunto.
Además de esta plétora de pretensiones egoístas existe un segundo factor que a diario
engendra nuevas falacias económicas. Es éste la persistente tendencia de los hombres a
considerar exclusivamente las consecuencias inmediatas de una política o sus efectos
sobre un grupo particular, sin inquirir cuáles producirá a largo plazo no sólo sobre el
sector aludido, sino sobre toda la comunidad. Es, pues, la falacia que pasa por alto las
consecuencias secundarias.
En ello consiste la fundamental diferencia entre la buena y la mala economía. E1 mal
economista sólo ve lo que se advierte de un modo inmediato, mientras que el buen
economista percibe también más allá. El primero tan sólo contempla las consecuencias
directas del plan a aplicar; el segundo no desatiende las indirectas y más lejanas. Aquél
sólo considera los efectos de una determinada política, en el pasado o en el futuro, sobre
cierto sector; éste se preocupa también de los efectos que tal política ejercerá sobre todos
los grupos.
El distingo puede parecer obvio. La cautela de considerar todas las repercusiones de
cierta política quizá se nos antoje elemental. ¿Acaso no conoce todo el mundo, por su
vida particular, que existen innumerables excesos gratos de momento y que a la postre
resultan altamente perjudiciales? ¿No sabe cualquier muchacho el daño que puede
ocasionarle una excesiva ingestión de dulces? ¿No sabe el que se embriaga que va
despertarse con el estómago revuelto y la cabeza dolorida? ¿Ignora el dipsómano que está
destruyendo su hígado y acortando su vida? ¿No consta al don Juan que marcha por un
camino erizado de riesgos, desde el chantaje a la enfermedad? Finalmente, para volver al
plano económico, aunque también humano, ¿dejan de advertir el perezoso y el
derrochador, en medio de su despreocupada disipación, que caminan hacia un futuro de
deudas y miseria?
Sin embargo, cuando entramos en el campo de la economía pública, verdades tan
elementales son ignoradas. Vemos a hombres considerados hoy como brillantes
economistas condenar el ahorro y propugnar el despilfarro en el ámbito público como
medio de salvación económica; y que cuando alguien señala las consecuencias que a la
larga traerá tal política, replican petulantes, como lo haría el hijo pródigo ante la paterna
admonición: «A la larga, todos muertos.» Tan vacías agudezas pasan por ingeniosos
epigramas y manifestaciones de madura sabiduría.
Por consiguiente, bajo este aspecto, puede reducirse la totalidad de la Economía a una
lección única, y esa lección a un solo enunciado: El arte de la Economía consiste en
considerar los efectos más remotos de cualquier acto o política y no meramente sus
consecuencias inmediatas; en calcular las repercusiones de tal política no sobre un grupo,
sino sobre todos los sectores.
Nueve décimas partes de los sofismas económicos que están causando tan terrible daño
en el mundo actual son el resultado de ignorar esta lección. Derivan siempre de uno de
estos dos errores fundamentales o de ambos: el contemplar sólo las consecuencias
inmediatas de una medida o programa y el considerar únicamente sus efectos sobre un
determinado sector, con olvido de los restantes.
Naturalmente, cabe incidir en el error contrario. Al ponderar un cierto programa
económico no debemos atenernos exclusivamente a sus resultados remotos sobre toda la
comunidad. Es éste un error que a menudo cometieron los economistas clásicos, lo cual
engendró una cierta insensibilidad frente a la desgracia de aquellos sectores que
resultaban inmediatamente perjudicados por unas directrices o sistemas que a largo plazo
beneficiarían a la colectividad.
Pero son ya relativamente muy pocos quienes incurren en tal error, y esos pocos, casi
siempre economistas profesionales. La falacia más frecuente en la actualidad; la que
emerge una y otra vez en casi toda conversación referente a cuestiones económicas; el
error de mil discursos políticos; el sofisma básico de la «nueva» Economía, consiste en
concentrar la atención sobre los efectos inmediatos de cierto plan en relación con sectores
concretos e ignorar o minimizar sus remotas repercusiones sobre toda la comunidad. Los
«nuevos» economistas se jactan de que su actitud supone un enorme, casi revolucionario,
avance en orden a los métodos de los economistas «clásicos» u «ortodoxos», por cuanto a
menudo descuidan los efectos que ellos tienen siempre presentes. Ahora bien, cuando, a
su vez, ignoran o desprecian los efectos remotos, están incidiendo en un error de mayor
gravedad. Su preciso y minucioso examen de cada árbol les impide ver el bosque. Sus
métodos y las conclusiones deducidas son, con harta frecuencia, de profunda índole
reaccionaria y a menudo asómbrales el constatar su plena coincidencia con el
mercantilismo del siglo XVII. De hecho vienen a caer en aquellos antiguos errores (o
caerían si no fueran tan inconsecuentes) de los que creíamos haber sido definitivamente
liberados por los economistas clásicos.
Suele observarse con disgusto que los malos economistas propagan sus sofismas entre las
gentes de manera harto más atractiva que los buenos sus verdades. Laméntase a menudo
que los demagogos logren mayor asenso al exponer públicamente sus despropósitos
económicos que los hombres de bien al denunciar sus fallos. En esto no hay ningún
misterio. Demagogos y malos economistas presentan verdades a medias. Aluden
únicamente a las repercusiones inmediatas de la política a aplicar o de sus consecuencias
sobre un solo sector. En este aspecto pueden tener razón; y la réplica adecuada se reduce
a evidenciar que tal política puede también producir efe ctos más remotos y menos
deseables o que tan sólo beneficia a un sector a expensas de todos los demás. La réplica
consiste, pues, en completar y corregir su media verdad con la otra mitad omitida. Ahora
bien, tener en cuenta todas y cada una de las repercusiones importantes del plan en
ejecución requiere a menudo una larga, complicada y enojosa cadena de razonamientos.
La mayoría del auditorio encuentra difícil seguir esta cadena dialéctica y, aburrido,
pronto deja de prestar atención. Los malos economistas aprovechan esta flaqueza y
pereza intelectual indicando a su público que ni siquiera ha de esforzarse en seguir el
discurso o juzgarlo según sus méritos, porque se trata sólo de «clasicismo», «laissez
faire», «apologética capitalista» o cualquier otro término denigrante, de seguros efectos
sobre el auditorio.
Hemos precisado la naturaleza de la lección y de los sofismas que aparecen en el camino
en términos abstractos. Pero la lección no será aprovechada y los sofismas continuarán
ocultos a menos que ambos sean ilustrados con ejemplos. Con su ayuda podremos pasar
de los más elementales problemas de la Economía a los más complejos y difíciles.
Mediante ellos aprenderemos a descubrir y evitar, en primer lugar, las falacias más
crudas y tangibles, y finalmente, otras más profundas y huidizas. A esta tarea procedemos
a continuación.
Glorioso e imprescindible ladrillo.
Gracias.
La verdad es que Dabeman me ha dejado mudo, pero leo que la Ley hipotecaria actual se promulgo a principios del siglo anterior, y me pregunto como es posible, que después de una transición varios gobiernos del PSOE y del PP, no se haya cambiado una Ley obsoleta y que tengan que esperar a tres suicidios para decidir cambiarla. Si es una Ley correcta y apropiada, porque cambiarla? y si es mala porque narices no la cambiaron hace quince años o más