La morosidad de las familias hipotecadas parece que ha dejado para otro momento su contención habitual y ha comenzado a incrementarse de manera importante, concretamente, un 26% durante este pasado mes de junio, hasta situarse en el 3,24%, que aunque parece elevado lo cierto es que se trata de una tasa más que interesante en comparación con otros sectores de la economía.
De hecho, las entidades financieras, aunque han secado el flujo de crédito siguen apostando por las hipotecas, concedidas de una manera mucho más responsable, al menos para ellos, como su principal fuente de negocio ya que es el producto financiero que menor riesgo les produce de cara a la morosidad que se puede generar.
Y es que este 3,24% es poco menos de un tercio de la morosidad general del sistema que está situada en el 10%, aunque sí es cierto que en apenas un año se ha producido ya un incremento de 70 puntos básicos, ocasionado, sin duda por la falta de ingresos de gran parte de la sociedad española, sumida en una situación insostenible desde cualquier punto de vista.
El problema, por otro lado, es que las medidas que se están tomando no van a solucionar la situación. La medida salvadora propuesta es la creación de un banco malo, lo cuál tendrá que hacer reflotar el crédito, sin duda, algo positivo a todas luces, pero no afectará de ninguna manera a la morosidad, la cuál proviene de la ralentización económica que seguimos experimentando.
Las familias hipotecadas quieren pagar sus hipotecas, no quieren mantener deudas con sus entidades financieras, pero se ven obligadas a hacerlo como consecuencia de la coyuntura económica nacional e internacional que les condena a estar sin empleo (no olvidemos que casi 6 millones de españoles se encuentran en situación de desempleo) y sin una cobertura básica.
Con ello la morosidad, lejos de recuperarse, no hará sino seguir su tendencia alcista durante los próximos meses, a la espera de que algún milagro económico, en el que ya nadie cree, propicie un repunte de la economía real, y con ello podamos empezar a plantearnos la salida real a la crisis en la que estamos inmersos desde hace ya demasiado tiempo.