Hoy voy a hablar del exceso de capacidad productiva, un tema tan importante que me atrevo a calificarlo de fundamental. Como sabéis, los sábados dedico este espacio a tratar de profundizar en las ideas que gobiernan los mecanismos económicos, así que disculpadme si me pongo un poco obtuso, porque el tema es, a mi juicio, absolutamente crucial. El más importante del que he hablado hasta ahora, creo.
Hay un dato sobre la producción global que quizás os interese: para vivir como vivía un americano medio de 1955, bastaría con que trabajásemos cuatro horas y media al día. El resto, sobraría, o no se sabe muy bien dónde va, porque el americano medio de 1955 también dejaba un buen beneficio a su empresa.
Las sociedades occidentales, y muy especialmente la española, padecen de un descomunal y gravísimo exceso de capacidad productiva. Hay excedentes sin vender de todo. Pisos de sobra, cereales de sobra, leche que se debe producir por cuotas, vino que sobra, etc. La antigua orientación a la producción, en la que había que producir más cada vez porque todo se vendía, ha dejado lugar a la actual orientación al mercado: hay que tratar de vender lo que se produce, y venderlo a costa de bajar los precios, los salarios, o lo que sea.
El problema, el gran problema, surge cuando descubrimos que no se trata de una situación local, como sucedía antaño, sino que en todas partes hay exceso de capacidad productiva. Los antiguos mercados, que eran compradores netos, se han convertido a su vez en productores después de equiparse con tecnología avanzada, y no sólo dejan de comprar lo que antes les vendíamos, sino que se convierten en competidores por los mercados.
Dos ejemplos típicos son China e India, que nos compran más de lo que nos compraban pero nos venden cien veces más de los que nos vendían.
La cuestión que surge inmediatamente al realizar esta reflexión, es: y cuando todos seamos productores de bienes en grandes cantidades, ¿quién los comprará? Porque antes se buscaban nuevos mercados en tierras lejanas, pero ahora ya no existen esas tierras lejanas y desconocidas.
De momento, los países en vías de desarrollo siguen demandando bienes de equipo, pero a medida que avanzan en su camino de industrialización y de educación, necesitan cada vez menos aportes exteriores. La economía basada en el crecimiento es, pues, un callejón sin salida. Y el capitalismo, qué putada, no entiende ningún otro idioma que no sea el crecimiento.
Si todos crecemos, pronto tendremos todos un exceso de capacidad productiva y eso conduce indefectiblemente a grandes, enormes tasas de paro, descomunales stocks de almacenaje y pérdidas masivas. ¿Qué valen cuatro yogures? Un euro. ¿Qué valen cuatro yogures a un día de su caducidad? Lo que quiera pagar el comprador, o nada. ¿Y un día después? Menos que nada: cuesta dinero deshacerse de ellos. ¿Qué vale un coche? quince mil euros. ¿Y un coche que lleva dos años a la intemperie, delante de la fábrica donde se priodujo? Quinientos euros de chatarra, menos lo que cuesta reciclarlo. NADA.
¿Lo digo más fácil? Si unos pocos son capaces de producir lo que consumen todos, hay una mayoría que no tiene ocupación , pues nadie necesita lo que ellos podrían producir. A eso se le llama irrelevancia económica, y el caso más claro que podéis ver es África. A nadie le interesa comprar lo que producen, porque ni es mejor ni es más barato, y a nadie le interesa venderles, porque no disponen de dinero.
Así las cosas, hay que encontrar un modelo en el que todos puedan vivir, se distribuya el trabajo, y exista una mínima sensación de justicia.
Una de las posibilidades es, como dije al principio, reducir drásticamente la jornada, pero no parece posible mientras la medida no sea global y haya unos que se puedan aprovechar de la renuncia a producir de otros. Otra solución es que trabajen algunos y los otros les aplaudan, de modo que los primeros repartan su salario con los segundos, pero no parece posible que el ser humano admita que unos trabajen y otros no para que luego se reparta lo conseguido.
La tercera, pero no última, es que resurja la demanda porque gran parte de lo que había resultó destruido. Cuando hay una devastación global, en la que hay que restaurar el país entero sin que nadie pueda alegar que es injusto el reparto, los países prosperan. Prueba de ello es que a Alemania y Japón les fue mucho mejor después de la guerra que a los que la ganaron.
Mucho me temo que si el capitalismo corre un día el riesgo de hundirse, los grandes cerebros que habitan las cumbres optarán por la tercera solución.
¿Qué os parece a vosotros?
No te preocupes, Ladríllez. Que ya se encargarán los gobiernos de turno que los países en vías de desarrollo sigan siendo siempre eso, una promesa. Van avanzando, pero no les dejan despegar, y siempre estarán un paso por detrás en industrialización y educación.
Una pregunta, Javier Rab:
¿Tú les dejarías?
Yo te diría que sí, que cada país tiene el legítimo derecho a desarrollarse, alcanzar la libertad económica y política, todo tipo de derechos y deberes, la Democracia, etc.
Off the record te reconozco que nadie que tenga el poder y el privilegio de decidir y dirigir el mundo y pisar a otro va a dejar que este segundo se haga más grande que él arriesgando su hegemonía y su posición privilegiada. Los países y las empresas los dirijen personas y este afán de supremacía es intrínseco al ser humano.
Es que en eso estamos: si tienes una pescadería y un pescadero más pobre se instala a tu lado no creo que le des facilidades para que te haga la comptencia.
Digo yo, vaya…
La base de esta historia es algo que hemos comentado a menudo: para que unos vivamos como ricos y podamos permitirnos el lujo de tirar la comida y de comprar por placer, otros tienen que morirse de hambre. Y si no nos gusta, pues habrá que cambiar el sistema, pero evidentemente nadie va a querer hacerlo. Así que nos podemos pasar divagando durante siglos sin llegar a ninguna solución, simplemente porque, en el fondo, no nos interesa que la haya.
Los países en vías de desarrollo como China o India, por no hablar de los tigres asiáticos u Oriente Medio, tienen un potencial suficiente como para no depender de lo que los mandatarios occidentales digan. Además, hay que pensar que el mundo no es un solo bloque. Por ejemplo, Rusia está adquiriendo cuotas de poder cada vez más significativas y que yo sepa no es muy amiga de “occidente”. Es más, hace lo que le da la gana, pues controla gran parte de la energía que entra en Europa.
Su fuerza se basa en vender. Si de pronto se le sponen trabas, o se les aplican las mismas normas de calidad que a los de aquí, dejan de vender.
Y naufragan.
No, si ya lo decía mi padre: el problema de la caída de la URSS no es otro que se rompe un equilibrio, precario pero equilibrio, entre dos grandes bloques. Ahora somos un gran número de pequeños bloques que ni de coña conseguiremos mantener el equilibrio de entonces.
Como los reinos de taifas. ¿Alguien se acuerda?
No creo que el capitalismo corra el riesgo de hundirse. Con motivo de esta recesión económica teníamos en nuestra mano la posibilidad de cambiar muchas cosas y no la hemos aprovechado. ¿Motivos? Supongo que a muchos les conviene que las cosas sigan como hasta ahora y aguantar hasta que el mundo tal y como lo conocemos salte por los aires.
No, claro, el capitalismo no se va a hundir así como así. El problema está en ver qué medidas se utilizan para salvarlo. Como bien dice Ladríllez, una gran devastación justificaría en cierto modo la necesidad de tener que producir en grandes cantidades, tal y como se hace ahora; sería una forma –abominable- de dar salida a tanto excedente productivo. Y reconozco que es triste, pero la historia da argumentos y ejemplos de sobras.
Yo defiendo una reducción de las jornadas de trabajo como medida de redistribución. Ahora más que nunca es un buen momento para empezar a plantearse tales propuestas. Imaginemos una empresa en la que trabajan con tres turnos rotativos de 8 horas (ciclos de 24 horas en total). Se podría rebajar la jornada diaria a 6 horas e introducir un 4º turno. De este modo, se generarían puestos de trabajo. Es cierto que todos ganarían menos, pero mejor eso a que la empresa eche un día el cierre y se queden todos en la calle.
Apreciada Lola, aunque sobre el papel su propuesta es ideal, es como lo de ponerle el cascabel al gato.
Los desemplados la apoyarían, pero qué empleado aceptaría trabajar menos horas y cobrar también menos para que otra persona pueda trabajar?
Sólo si es generalizado e sposible.
Pero no es posible que sea generalizado.
La conclusión es obvia.
En Estados Unidos se hizo en una ocasión una encuesta, preguntando a la gente si estaría dispuesta a reducir su jornada a la mitad para que la otra mitad ocupara el puesto un desempleado (por supuesto, ganando la mitad, aunque suficiente para vivir bien). El noventa por ciento de los encuestados dijo que no. A mí esta noticia me impactó, porque dejó bien claro cómo somos los seres humanos. Es muy curioso ver cómo protestan los desempleados por el reparto del trabajo, y cómo cambian de idea cuando empiezan a trabajar.
Lógico que nadie quiera, Peter. Pero si la opción es el paro y el embargo de la casa íbamos a ver como cambiaban las tornas. A cuántos antiguos empleados, hoy despedidos, les habría gustado que les ofreciesen esta fórmula en vez de la debacle que estamos viviendo.
Me parece muy razonable su propuesta, Lola. El otro día en un programa también defendía algo similar Corbacho, el ministro de Trabajo. Hablaba en concreto de cómo se superaba la crisis en Alemania sin recurrir al despido. La fórmula que mencionó fue la reducción de jornada laboral, dependiendo de la situación económica del país. Me parece acertado.
¿y qué hay de la reducción de impuestos? Porque la que acaban de anunciar en Alemania es bestial.
Hay que pensar también que no sólo competimos con otros países, sino que la tecnología acabará por sustituir aún más la mano de obra, especialmente en los países ricos (económicamente hablando). Es decir, las perspectivas de creación de empleo son dudosas, a pesar de los insistentes planes del gobierno para inyectar dinero a través de la obra pública. No podemos pasarnos la vida destruyendo aceras y carreteras para volverlas a construir. Es absurdo.
Muchos días vuelvo de trabajar en autobús y me sorprendo de que zonas donde no hay necesidad de hacer obras las están rehaciendo y levantando, en esta ocasión al calor del dichoso e inútil Plan E, que bien podría haberse llamado Plan Ñ de ñapas.
Que la tecnología supere a la mano de obra y la sustituya no representa tanto peligro. De un lado algunas personas deberán manejar o supervisar las máquinas; de otro, este mundo está superpoblado, por lo que se debería ajustar la población a los recursos reales que existen para todos.
Ayer cogí un taxi en Madrid y atravesamos la plaza de Colón; el taxista no paró de quejarse de la inutilidad de las obras que allí están acometiendo y que tienen paralizada media ciudad: la estatua de COlón la van a quitar de la plaza y a ponerla en el centro de la Castellana; están subiendo la altura de los bordillos y cosas así.
Ya lo he dicho otras veces: eso es crear empleo, peor no riqueza.
Y a eso se le llama arruinarse.
No me extrañan nada las críticas al Plan E. Este fin de semana he estado en un pueblecito de Segovia e incluso allí estaban los dichosos carteles de este plan, que como dice Ladríllez crean empleo, pero poco más. En este sentido, el otro día la asociación nacional de comerciantes pedía que por lo menos se paralice en Navidad porque está llevando a la ruina a muchos comerciantes.
Y no sólo en Madrid, Nacho. Soy comercial de una empresa y me paso la vida viajando, aunque ahora más bien podría decir que me paso la vida evitando caerme o tropezar con las obras del Plan E con las que me topo en ciudades y pueblos. Está bien que se les dé trabajo a los parados de la construcción, pero no tiene sentido que mientras ellos trabajan mi mujer esté sin trabajo pese a sus estudios. A no ser que después hagan un plan E para titulados sin trabajo que sostendremos, como siempre, los que pagamos impuestos.
Pero imagino que para constuir toda esa tecnología hará también falta mano de obra e investigadores para desarrollarla. Es por lo que algunos hemos abogado desde este blog, por la apuesta e inversión en la olvidada fórmula I+D. Pienso que es fundamental para que nuestra economía avance y salga de este atolladoro en el que se encuentra.
Lo que pasa, Ismael, es que para fabricar jugiuuetes se empleaba a 6000 personas, y para diseñarlos bastan 5.
En breve, la 3a opción se resumen en: O una nueva guerra mundial o una multititud de guerras civiles.
Aun así, la tercera opción (destruir para volver a construir) para reflotar el capitalismo producíria ciclos indefinidos pues después de cada reconstrucción, habríamos de volver a destruir.
Con toda la seriedad, respeto y complejidad que supone un tema como el que se está tratando – no he podido evitar pensar en una serie infantil de los años 80, “Fraggle Rock” – ¿recuerdan a los Curris? hombrecillos que trabajan sin cesar haciendo construcciones, que los Fraggle se comían. Perfecta simbiosis, pues a los Curris no les importaba, ya que así podían seguir construyendo.
Un día hablamos de la obsolescencia planificada: uno d elos peores agujeros negros del capitalismo, junto a las externalidades.
Que abomine del comunimo no quiere decir que vea perfecto el otro sistema, ni mucho menos…
A mí, personqlmente, me gustan más las guerras mundiales que las guerras civiles. Es siempre más higiénico matarse con extraños que degollar al vecino, o al primo.
🙂
Perdonad el humor negro..
Me ha encantado el artículo de hoy, Ladrillez. El problema de la superproducción ya lo advirtió Marx, entre otros, en el siglo XIX. Es la prueba de que el Capitalismo es un sistema imperfecto. La primera solución fue el Imperialismo, conquistar países para venderles el excedente. ¿Consecuencia? La Primera Guerra Mundial. La segunda solución fue impulsar el gasto interno (ya sea mediante obra pública o rearmando un país) y fue una de las causas de que estallara la II Guerra Mundial. Así que me temo que tendré que darle la razón. Porque no veo a los dirigentes económicos dispuestos a cambiar el sistema económico.
Desde luego el problema no es nuevo. LO que pasa es que nunca hasta ahora nos vimos con el mundo completamente redondo, sin lugar al que extendernos. ¿Cómo es posible basar el funcionamiento de algo en el crecimiento cuando el espacio disponible es limitado?
A eso se le llama cáncer, creo.
y gracias.
Pues no sé a quién le van a vender los excedentes de producción ahora, si de aquí dos días habrá una hamburguesería en el Everest. Como no impulsen la colonización espacial y se pongan a vender camisetas de New York a los marcianos.
Esa es la pregunta. La gran pregunta. La preguntísima
🙂
Acaba de resumir en este post, querido Ladríllez, una de las causas que indican que nuestro actual sistema está acabado. Otra manera de decirlo: si todos queremos ser ricos y todos acabamos siéndolo, nadie querrá trabajar sino sólo disfrutar de su fortuna. Lo malo es que no encontraremos quien nos haga de mayordomo o cocinero que nos prepare la cena. ¡En fin…!
Eso intentaba, querio Dioscor. Lo dije al principio pero no se me creyó, pienso: que este era el artículo más importante que haya escrito en este blog. Lo que pasa es que es difícil y obtuso. O eso, o que no me he dsabido explicar bien del todo.
¿Pero a dóinde pued eir un sistema basado en el crecimiento? ¿Es el tumor la base de la vida? Me parece imposible, oiga.
El otro día oí hablar a José Luis Sampedro en la tele, que además de escritor es un gran economista. Le preguntaron cómo veía el futuro: decía que el capitalismo estaba acabado y que después vendría un periodo de varias crisis cíclicas como ésta (o peores) o… la barbarie.
Y le veía ventajas a las dos cosas.
Eso es lo que yo me temo: que la alternativa al capitalismo sea la barbarie. Por eso sigo defendiéndolo, apesar de haber estudiado sus lagunas.
Espero que alguien aprecie ese esfuerzo: buscar lso agujeros y lagunas a todos los sistemas, sin adherirse completamente a ninguno y sin renunciar completamenbte a ninguno
🙂
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